Ya hace muchos años que Hipias de Hélide, sofista griego contemporáneo de Sócrates, defendía que el fin de la enseñanza era conseguir la excelencia. Nuestras universidades,
todas en general, llevan, de un modo u otro en sus idearios y objetivos, la consecución de la excelencia o de profesionales excelentes. Lo cierto es que esta polifacética palabra que
definía en la antigüedad a un ciudadano ejemplar, relevante y perfecto, ha ido adquiriendo connotaciones vinculadas al éxito en su acepción más prosaica. En su origen servía para señalar la valentía, la moderación o equilibrio, la justicia y desde luego la prudencia.
Nada nos haría más felices que tener la convicción que nuestros dentistas salen realmente al mundo laboral envueltos en esa pátina de excelencia que pretendemos darles. Si además les facilitamos unas capacidades y conocimientos técnicos sobresalientes, uno entendería que, con diversos grados, los profesionales que llenan las consultas en las calles y pueblos de España deberían estar en posesión de lo que los clásicos llamaban “areté”, la virtud que caracterizaba a los mejores hombres.
No es menos cierto que la cruda realidad de la odontología pone en nuestro conocimiento la existencia de estafas, mentiras, medias verdades y engaños, relacionados con el dinero
pero también con la vanidad y la necesidad malsana de protagonismo o de éxito, mostrado todo ello a pecho descubierto o envuelto en edulcorados modelos y comportamientos sociales que esconden vergonzantes intereses y vinculado, en muchos casos, a personajes que, sin tantos conceptos filosófico – éticos, quieren hacer, a toda costa, de nuestra profesión su fuente de ingresos.
Pero amigos, por otra parte no podemos negar la realidad de que esos personajes tienen a sus servicio profesionales odontólogos. Ellos mismos lo son en algunos casos. Muchos en su día, salieron al mundo con la idea de que eran “aristoi”, los mejores. Quizá faltos de experiencia pero con una formación excelente, incomparablemente mejor que las generaciones previas y no solo técnicamente sino también por unos valores de los que reiteradamente les hablaron durante su carrera.
Debemos reflexionar. ¿Qué ha ocurrido para que muchos de nuestros colegas hayan cedido a los cantos de sirena que les hablan de dinero, de reconocimiento social etc. y se hayan identificado con otras directrices? ¿Qué ha ocurrido para que, además, lo hayan hecho en muchas de las veces sin una clara valoración de lo que hacían y sin una mala conciencia por hacerlo?
En un mundo cada vez más globalizado la Academia de Platón está desfasada. La universidad actual no puede capitalizar la formación global de las personas o de los dentistas. El magisterio y con él la excelencia que buscamos es un continuum que debe
entenderse en red, interactuando en la sociedad, en la política, en la vida, con los amigos. Actuando en los focos de decisión, participando. Los profesionales han llegado a una profesión que ya no es solo suya, que es de mucha gente, a un mundo que no se rige por el mismo concepto de excelencia. Y llegados aquí ya no solo necesitan comer cada día, sino que además, el estándar de “lo necesario “es mucho más alto.
A estas alturas los dentistas no pueden limitarse a la perfección técnica, deben implicarse en influir en la sociedad. Nuestros líderes docentes y profesionales no pueden limitarse a la excelencia clínica, deben también implicarse e influir también en la sociedad y en la política. No podemos formar “aristoi”, no podemos formar a los mejores y abandonarlos en un mundo con plétora profesional.
“La honradez no puede ser un acto
heroico sino una actitud cotidiana”
No podemos dejar una profesión con salarios que priman la productividad en manos de empresarios sin responsabilidad moral. La honradez no puede ser un acto heroico sino una actitud cotidiana. Tampoco podemos dejar que los dentistas se vean obligados a convertirse en cómplices más o menos activos de tal modo que les importe más “lo necesario para vivir “que la excelencia y los principios que recibieron en su formación. El impactante eco que ha tenido en los medios la proliferación de casos similares a Idental, no puede hacernos olvidar que en esas organizaciones también había un gran número de dentistas que, al mirar hacia otro lado, se convertían en cómplices necesarios, aunque finalmente acabaran también siendo víctimas. A esas alturas, por muy bien que aplicaran la técnica, ya no eran los mejores. Desde luego no eran lo que ni la sociedad ni la profesión necesitan. Buscando la experiencia que no tenían, perdieron la excelencia con la que empezaron.