¿La unión hace la fuerza?: (I) Las Academias

Irene Roch

Los colegios profesionales son asociaciones de carácter oficial, reconocidos como Corporaciones de Derecho Público que aglutinan de manera regulada a sus profesionales específicos en el marco normativo del estado, con personalidad jurídica propia y plena capacidad para la ordenación del ejercicio de las profesiones,  la representación institucional de las mismas,  la defensa de los intereses y dignidad profesionales de sus colegiados y, especialmente, la protección de los intereses de los ciudadanos verificando la calidad y la ética de las actuaciones de sus colegiados, teniendo, incluso, capacidad sancionadora regulada sobre los mismos. Pero se trata de una unión obligatoria de la que prefiero escribir en otra ocasión y tanto en esta ocasión como en el próximo número que la revista me acoja, me referiré al asociacionismo profesional voluntario, esto es, al no obligado pero que también es, de alguna manera, imprescindible para los profesionales y para la propia sociedad por las razones que quiero compartir con ustedes.

Con carácter general, el derecho de asociación está regulado formalmente en nuestra Constitución, concretamente en su artículo 22. A todas las asociaciones –incluidas las profesionales- se les exigen algunas características comunes que, por lo tanto son de obligado cumplimiento: carecer de ánimo de lucro, tener un funcionamiento democrático y desarrollar su actividad de forma estable implicando a un número variable pero permanente de asociados. Todas ellas, tengan el fin que tengan, deben estar inscritas en un registro público y, en definitiva, funcionar conforme a lo que se dispone en la Ley reguladora del Derecho de Asociación (Ley Orgánica 1/2002, de 22 de marzo).

Las asociaciones pueden tener fines de interés público o privado, pero su principal característica es que el principal órgano de gobierno de las mismas es la asamblea de socios, con una junta directiva emanada de la misma a la cabeza. En la asamblea, todos sus miembros o socios de pleno derecho tienen voz y voto sobre las decisiones que se toman. Ahí se legitima su representatividad.

En el mundo científico, las asociaciones profesionales tienen dos de sus principales referentes en dos modelos de cristalización precisos: las Academias y las Sociedades científicas. Ahora me ocuparé de las primeras.

En el año 388 antes de Cristo, el filósofo Platón, para impartir sus enseñanzas, eligió el jardín de la antigua propiedad de un héroe legendario de la mitología griega llamado Academos, fuera de los muros de Atenas. Ese fue el germen de la primera Academia. Recogen los libros de historia que fue en Italia donde se instituyeron las primeras sociedades con fines similares en la época del renacimiento (siglo XVI), adoptando el mismo nombre. En poco tiempo se extendieron por las principales ciudades europeas que decidieron dedicarse al cultivo de las ciencias.

Actualmente, el término academia, se usa, genéricamente, como sinónimo de «intelectualidad», aunque aplica en términos prácticos a un sinfín de establecimientos de enseñanza de diverso rango. Pero, sobre todo, se identifica con el ámbito universitario por el lugar central que ocupan las universidades en la ciencia y la cultura. Bajo este manto protector, aunque mantienen perfectamente diferenciadas sus competencias, en términos exactos, entendemos como Academias a las instituciones científicas, literarias o artísticas autorizadas y cuyo cometido fundamental es el fomento de las actividades relacionadas con su esencia fundacional.

Las Academias se caracterizan fundamentalmente por tener su mayor peso específico depositado en sus referencias históricas, a menudo centenarias, y por abarcar ámbitos de la ciencia muy extensos y globales en contraposición a las Sociedades científicas identificadas particularmente por su área o campo de conocimiento concreto, necesariamente actual y que puede ser más o menos amplio y singular, pero prácticamente nunca es exclusivo. Ambos modelos conviven en la actualidad, pero sus niveles de referencia y su impacto e influencia en la sociedad son muy diferentes estando muy mediatizados por sus propias características.

Todo tiene su explicación y en el caso de las Academias sus propias trayectorias les otorgan sobrado prestigio, pero, de manera paralela, se generan inherentes dificultades. De un lado, las Academias abarcan campos del saber demasiado amplios dado que la parcelación y segmentación del conocimiento especializado es particularmente reciente y muy posterior a sus propios ordenamientos y normas de funcionamiento. Y de otro lado, como los avances científicos son especialmente dinámicos, se hace transparente y visible su colisión con los planteamientos tradicionales de las Academias, difíciles de agilizar y muy a menudo condicionados por criterios de permanencia prolongada y/o vitalicia.

En la Odontología española los valores académicos, en sentido estricto, vienen sorteando dificultades extremas desde tiempos inmemoriales. Al quedar configurada la Estomatología como una especialidad de la Medicina desde mediados del siglo pasado, ha sido en las Academias de Medicina y Cirugía donde tradicionalmente se han alojado los dentistas y las dentistas brillantes al no tener opción para crear e integrarse en Academias específicamente odontológicas que han sido inexistentes hasta bien avanzado el actual siglo.

Ello explica también que, en términos históricos, en España hayan sido las Academias Internacionales las que configuraron el principal efecto de atracción y la principal referencia en términos de academia para la ciencia odontológica,  destacando de manera muy significativa dos de ellas: la Pierre Fauchard Academy, fundada en Minnesota en 1936 en honor del mundialmente reconocido como “padre de la odontología moderna”  y que aglutina a más de 5.000 dentistas distribuidos en 120 secciones  y el International College of Dentists  fundado en 1926 en Filadelfia con 20 regiones, una de las cuales aglutina a todos los europeos. Ambas cuentan con secciones españolas reconocidas, dirigidas por los Dres. Josep María Ustrell y Santiago Jané respectivamente, y comparten una visión integral de las ciencias odontológicas con especial dedicación a sus aspectos académicos y éticos. La revista “Odontólogos de Hoy” que tiene entre sus manos o está leyendo en la pantalla es una fiel y leal colaboradora de estas dos Academias y participa activamente en la divulgación de sus actividades en nuestro país.

A nivel nacional, bajo los auspicios del Consejo General de Dentistas de España se creó la Academia de Ciencias Odontológicas de España con fecha 10 de febrero de 2017 tras una obligada transición fundacional dirigida por una comisión gestora. Considero que es loable la trayectoria de esta moderna Academia y la labor que al frente de la misma viene desarrollando con su desempeño y pundonor característicos el profesor Antonio Bascones. Además, a su vez, ha supuesto un revulsivo para la puesta en marcha de algunas iniciativas de carácter regional y autonómico para la creación de sus respectivas Academias territoriales.

Pero lo cierto es que a la Odontología española le está costando mucho trabajo superar el atractivo reclamo de las tradicionales Academias de Medicina y Cirugía que, con su alta carga de prestigio centrado en su historia, invitan a las mismas, como miembros numerarios, a profesionales de trayectorias brillantes de la Estomatología y la Odontología (basten como ejemplo los doctores Javier Sanz Serrulla en la Academia Nacional, Jose Vicente Bagán Sebastián en la de Valencia, Raquel Osorio Ruiz en la de Granada y Manuel María Romero Ruíz en la de Cádiz). Todo ello facilita que en nuestro país se perpetúe el modelo de academia previo a la existencia de la Odontología como campo de conocimiento diferenciado de la Medicina y la Cirugía.

Aquí creo que reside uno de los principales retos del asociacionismo profesional de la Odontología en España, ya que, si bien cuenta con eminentes dentistas reconocidos como académicos significados, los profesionales de la Odontología en su conjunto, más allá de los límites de los campus universitarios, no se encuentran suficientemente representados en la academia. Y esto es algo que urge resolverlo.