Andaba yo el otro día preguntándome cuándo se iba a acabar esto de llevar mascarilla en el transporte público, en nuestras clínicas y en otras instituciones sanitarias. Por supuesto me refiero a la mascarilla que llevan los pacientes y los ciudadanos en general. En estas, me entero de que el Gobierno ha puesto fin a la obligación de llevar mascarilla en el transporte público, pero la mantiene en los establecimientos y servicios sanitarios y para trabajadores y visitantes de los centros socio sanitarios. Las clínicas dentales, como otras actividades, han instalado mamparas, sistemas de filtrado de aires anti todo tipo de gérmenes, mecanismos de amortiguación de los aerosoles, etc . Hemos he- cho muchísimo más que cualquier otro tipo de actividad en este tema. Y no me refiero a las medidas tomadas dentro de los gabinetes. Me refiero también a las que hemos tomado en las salas de espera, en los mostradores de recepción y en los accesos a nuestras instalaciones. No nos ha quedado más remedio que adaptarnos a la realidad y cumplir punto por punto las normas establecidas y lo hemos hecho con la celeridad que requería la ocasión.
Sin embargo me cuesta entender en qué se diferencia la sala de espera de la clínica de las salas de cine o de teatro, de los restaurantes etc. Evidentemente, cumpliremos con lo que nos dicen. Estamos muy acostumbrados a cargar sobre nuestros hombros cualquier norma que, aún pudiendo suponer una ventaja para la población o una prevención, no cabe duda que supone un coste que no se endosa por igual a todos los sectores. Y pensando, pensando, caí en la cuenta de la falta que nos hace quitarnos las máscaras tras las que nos escondemos y que algunos ya identifican como propias de nuestra actividad. Solicitar a la administración una autorización para efectuar cualquier cosa en sanidad es tan exhaustivamente farragoso y las normas son tan proteccionistas, que acaba siendo una labor realmente agotadora. La solicitud no se analiza y valora de modo individualizado, con lo cual su cumplimentación se demora, se encarece y a menudo no se adapta a lo que el solicitante pide. No me extraña que nuestros egresados prefieran que la logística, los pacientes, los materiales, los permisos, las instalaciones, etc, se las den hechas. En el contexto que está la profesión, de plétora profesional, de sobreformación teórica, al producto final que se pone al alcance del paciente aporta mucho más valor añadido el continente, la envoltura, que el propio acto clínico de, por ejemplo, poner un implante. Quizá no nos guste decirlo, pero es
así. Si las clínicas dentales repercutieran a los profesionales que en ellas trabajan, los costos reales de explotación y gestión, los honorarios de los dentistas sufrirían una merma considerable. Hay muchos odontólogos esperando la oportunidad de adquirir experiencia, demasiados si me permiten. No nos engañemos, en los últimos años ha ido aumentando el número de odontólogos adscritos al régimen de autónomos que trabajan como colaboradores en clínicas dentales. Ello al amparo de la estabilidad que supone el que una clínica (que dispone de pacientes suficientes, cosa que empieza a ponerse ya en duda) garantice un flujo de trabajo, y por tanto de ingresos, al dentista, librándolo de la fluctuación de los costes a cambio de un determinado porcentaje. Tengo la sensación que no somos conscientes que las relaciones contraactuales entre dentistas autónomos y las clínicas o centros dentales en los que trabajan no puede quedar al margen del día a día y que una supuesta autonomía, difícilmente casa con el mercado actual. La realidad no puede esconderse detrás de una máscara como nuestros pacientes por mucho que lo diga el Gobierno de turno, las autoridades sanitarias o las económicas. La actividad económica es como el agua, fluye por su cauce pero si se obstaculiza rompe por el punto más frágil. Podremos conducirla pero no ignorar su fuerza. Algo pasa cuando en las clínicas dentales no podemos quitarnos la máscara que supone el absorber los costos aparentando que todo sigue fluyendo, que las higienistas y auxiliares ven aumentados sus convenios, los odontólogos ven respetados sus porcentajes, los materiales se van encareciendo y todo sube sin que la volatilidad de las circunstancias les afecten ni siquiera proporcionalmente a lo que afecta al propietario de la clínica. Nuestro sector, por el momento, sigue estando mayoritariamente formado por clínicas /empresas de pequeño o mediano tamaño para las que este tema es muy relevante . Por el contrario en otros sectores profesionales han podido quitarse la máscara hace tiempo , las relaciones laborales se las han adecuado a sus circunstancias peculiares y en general se mantiene la idea de que para que gane el patrón ha de ganar el marinero pero también que si el patrón se está ahogando el marinero se hunde . Y vuelvo a decirlo: no hablo de la actividad clínica dentro del gabinete. Necesitamos ser inteligentes Por mucho que Stephen Hawking dijera que la inteligencia es la capacidad de adaptarse al cambio, lo cierto es que al cambio no hay que adaptarse, el cambio ha de crearse y algo debe cambiar a mi juicio en el modo en que se relaciona el dentista con los lugares donde trabaja.