Entre el 29 de agosto y el 1 de septiembre se ha celebrado en Madrid el “World Dental Congress” de la Federación Dental Internacional (FDI).
Este organismo internacional está compuesto por cinco “grupos”, correspondientes a los territorios de África, Asia y Pacífico, Latinoamérica, Norteamérica y, por último, el grupo europeo (European Regional Organization, con orígenes en 1955), del cual forma parte el Consejo General de Colegios de Odontólogos y Estomatólogos de España, en consonancia con las demás instituciones del viejo continente. En resumen, podríamos decir que la profesión dental organizada es la que constituye la FDI, por conjunción de los órganos respectivos de sus países miembros. Es preciso advertir esto, pues los congresos que anualmente viene celebrando la FDI son lo que podíamos llamar los “congresos de la profesión” y no los de la odontología o los de las especialidades odontológicas en tanto que tales, pues generalmente éstas celebran asimismo sus reuniones, simposios o congresos, bien con carácter nacional o internacional, para tratar principalmente los avances científicos, tecnológicos y técnicos de la propia especialidad. Todos tenemos alguna experiencia de ello y basta con remontarse históricamente a sus orígenes y trayectoria para corroborarlo. No quisiera olvidarme del Congreso Nacional de Odontología celebrado en Valladolid en el año 2003, paradigma de lo que debe de ser un congreso de este género, que al final del mismo emitió un “Documento Valladolid 2003”, advirtiendo de la situación por la que pasaba la profesión y previendo su futuro inmediato. Es así que un congreso “de la profesión” debería orientarse en dos líneas principales: la profesional y la científica. Cuando recibimos el programa del reciente congreso celebrado en Madrid, nos sorprendió la ausencia de cualquier asunto socio-profesional, de tal manera que la carga de la convocatoria recaía casi en exclusividad en la vertiente científica que, insisto, viene siendo tratada en los congresos monográficos al respecto. Y más aún nos sorprendió la ausencia de cualquier tema del área de “Humanidades”, aunque no hay día en que a nuestros dirigentes no se les caiga de la boca la relación humanitaria que mantenemos con los pacientes, como consecuencia de ser la nuestra, entre las profesiones relacionadas con la salud, una profesión de un gran componente humanístico, al estilo marañoniano. Como mucho, pero no, se incluyó la presentación de un libro (ya había sido presentado en 2016 y también en Madrid el mes anterior al congreso) titulado “El rostro enfermo” en cuya portada aparece el famoso cuadro de Domenico Ghirlandaio, “Retrato de anciano con su nieto”, que hemos podido visitar en el Louvre. El viejo presenta una ostensible patología nasal, un rinofima. O sea, siendo pretendidamente el único tema aproximado a las humanidades, no era tampoco un tema propiamente de ámbito odontológico sino facial, como los autores han expuesto acertadamente.
Las llamadas “Humanidades médicas” han ido ganando terreno en los currículos universitarios de las Ciencias de la Salud, lógicamente en la Odontología también, pero no de forma caprichosa sino porque las autoridades académicas han tenido convencimiento de la necesidad de la formación humanística del médico, gracias a lo cual la relación clínica ganará en calidad, y por ende en beneficio del paciente o del enfermo. En pocos países como el nuestro tienen una tradición tan consistente, que se suele identificar principalmente en la figura de Gregorio Marañón, si bien existen otros ejemplos, acaso de no tanta intensidad, como el propio Santiago Ramón y Cajal. Entre las Humanidades médicas goza de más larga tradición y producción la Historia de la Medicina, principalmente a raíz de la obra y la escuela magnífica de Pedro Laín Entralgo –por cierto, participante en el Congreso de la FDI celebrado en Madrid en 1976–. En lo más específicamente nuestro, la Historia de la Odontología, hace ya tres décadas que forma parte de casi todos los planes de estudio de la Licenciatura, o del Grado, en Odontología en España. O sea, casi todos los licenciados en Odontología en universidades españolas han tenido que dedicar una parte de su estudio a esta faceta. Goza de tan buena salud que, por ejemplo, en Madrid se ha celebrado el pasado año el II Congreso Europeo de Historia de la Odontología, organizado por la Sociedad Española de Historia de la Odontología (SEHO), con presencia de numerosos representantes de otros tantos países. ¿Cuál es la utilidad de la Historia? Pongamos un ejemplo elocuente, por no alargar. En 2011 se celebró en Ávila el “XI Congreso Nacional y VI Nacional” de SEHO. El tema monográfico a desarrollar fue el estudio de los últimos veinticinco años de la Odontología española, coincidiendo con el XXV Aniversario del comienzo de la Licenciatura en Odontología. Se emitió el llamado “Documento Ávila 2011”, que puede consultarse aún en la portada de la web de SEHO: www. sociedadseho.com, en el que se advertía, entre otros asuntos, de la alarmante plétora profesional y con proyección al año 2020. Algunas instituciones lo tomaron en consideración y formaron grupos de trabajo para intentar poner remedio. Dejemos la Historia. ¿Es posible que en 2017 no se incluya en un programa congresual de la profesión un solo asunto relacionado con la Bioética, materia también presente en los planes educativos? Pues sí. Ha sido posible. No digamos ya otras humanidades como Antropología o Literatura. ¿A qué se debe, pues, la ausencia de las Humanidades en este congreso de ámbito mundial? Sólo nos caben tres respuestas: ignorancia, desprecio o descuido. A cual peor. En un país de grandes humanistas médicos, las humanidades odontológicas, como también las cuestiones puramente socio-profesionales, no han tenido cabida, volviéndose a la época –que creíamos superada– en que los dentistas eran vistos como meros técnicos. La inopia es tal que probablemente ni se les habrá pasado por la cabeza a los responsables que es precisamente la historia la que juzga épocas y personajes, siempre a la luz de los hechos. Pues bien, en este congreso internacional sus organizadores mostraron al mundo su desprecio, tal vez su olvido, quizá su ignorancia, por las Humanidades Odontológicas. Mientras, quienes profesionalmente las cultivan, tuvieron la elegancia de exponer su crítica a posteriori, sin inquietar ni turbar a ningún comité organizador en sus trabajos previos. Esta especie de Odontología “deshumanizada” no se corresponde con la realidad, principalmente por la labor de quienes a las Humanidades Odontológicas se vienen dedicando profesionalmente, con gran aceptación por parte de un alumnado excelente ●