Si, en estos tiempos de pandemia, levantarse cada día con buen espíritu ya es un ejercicio de optimismo, no es menos cierto que leer la prensa es un crédulo acto de fe en la humanidad. O, según se mire una cierta deriva masoquista no confesa. En fin, hoy he desayunado con una noticia de la comisión de salud del Parlament de mi Comunidad Autónoma (podría serlo de cualquier otra). La opción política que lo apadrina, en coincidencia con otros grupos políticos, anuncia por boca de su diputada la propuesta de modificación de la cartera de prestaciones públicas en odontología haciéndola extensiva, para tratamientos de caries y preventivos, a todos los niños hasta los 14 años, personas vulnerables en riesgo de exclusión social y con diversidad funcional.
Todo ello a desplegar en 5 años ,aunque quieren empezar ya, y con el añadido de que lo ampliarán a toda la población. La ínclita diputada asegura que la existencia de un dentista público no es una “utopía” y sus socios en la propuesta se felicitan, aunque reconocen que es “muy difícil, con las competencias, recursos e infrafinanciamiento, hacer todo lo que querrían hacer“.
He corrido raudo a consultar el diccionario de la RAE con la esperanza de que las últimas revisiones del mismo hubieran modificado la definición de “utopía”. Y no, sigue siendo“ proyecto deseable pero irrealizable”. Para llegar a esa conclusión los promotores han consultado y citado en el Parlament a un numeroso grupo de profesionales y entidades que han trasladado, con toda certeza, su visión de lo que habría que hacer para mejorar la salud bucal de nuestra población. No sé en que habrán discrepado entre sí los consultados, pero puedo intuir que, entre otras cosas, en lo que sí habrán coincidido es en que para ello, además de voluntad política, hace falta financiación. Incluso, independientemente de que estuvieran o no de acuerdo con la propuesta, estoy seguro de que todos coincidían en que para hacer algo, para hacer cualquier cosa, lo que hace falta es dinero.
Y hete aquí, que ,llegadas estas fechas, cuando las elecciones se acercan, nuestros diputados han decidido que se puede vender la piel del oso antes de haberlo matado. La historia previa y cronificada de incumplimientos en materia de salud dental, la precariedad de los recursos destinados a la odontología, hasta el momento, en nuestro país, en todo el país, la situación económica de la gente, administraciones y empresas, las limitaciones impuestas por la pandemia… Nada de eso ha impedido el brindis al sol de una buena parte de nuestros representantes públicos que han desarrollado una obsesiva fijación con la odontología. Se nos ha llenado la vida de gestos y mientras los recursos menguan, la lengua de algunos se hipertrofia de tanto como la mueven. ¡Mira que tenemos mala suerte los dentistas! Con tantas partes del cuerpo en las que se les podría meter el populismo han ido a escoger la boca. Nuestro sistema público está colapsado, la atención primaria odontológica está olvidada y en general hay sobrecarga y falta de recursos, de personal, de inversiones. Además, ahora mismo, toda la energía está concentrada en paliar la situación generada por el virus pese a que tenemos carencias en vivienda, en dependencia, en nutrición (¿para cuándo una red de supermercados públicos que palíen las deficiencias nutricionales de nuestros ciudadanos?).
¿De verdad ustedes pueden creer que no es una utopía un dentista público haciendo todo eso y encima ahora, cuando nunca ha habido recursos ni organización coherente para hacer el ingente trabajo pendiente en odontología preventiva que cursa como asignatura pendiente de políticos de todas las orientaciones desde años ha? Cuando Tomás Moro escribió su libro sobre la imaginaria isla de Utopía, de ahí el origen de la palabra, no sabía que finalmente el vocablo “utopía” se convertiría en una figura retórica, en un oxímoron en sí mismo que llenaría las bocas de los populistas. ¡Dios mío! ¿Por qué esa fijación con las bocas? Por un lado, dices una cosa y a la vez su contraria. Sería deseable… pero es irrealizable.
Tan cerca de podemos y tan lejos de hacemos. Se nos ha ido llenado la cabeza de canas a medida que se nos ha ido vaciando de esperanza en que la profesión asumiera el protagonismo que permitiera que, en materia de salud bucodental, los que se llenaran la boca de propuestas y en el peor de los casos, de utopías, al menos fueran dentistas. ¿Creen ustedes que alguien en la profesión podrá poner orden sosegado, equilibrado y coherente a todo esto? A lo mejor ustedes creen que unidos podemos. Personalmente tengo mis dudas.