La virtud de los algoritmos

Dr. Manuel Ribera Uribe, JMD, DDS, PhD Profesor de Gerodontología, Pacientes Especiales y Prostodoncia, Presidente del Comité de Ética en Investigación y Medicamentos UIC (Universitat Internacional de Catalunya) Académico de la Pierre Fouchard Academy

Se nos ha puesto de moda la inteligencia artificial (IA). El mundo anda sin embargo preocupado por el posible impacto de su desarrollo. A las alturas en las que estamos, en las Universidades ya nos andan explicando sus virtudes. Sin tener que recurrir a la IA, en las Facultades (y en la sociedad en general ) hay mucha  inteligencia natural pendiente de ser explotada . Nos toca aprender a impulsar y desarrollar el talento que a menudo se difumina o se estanca  por falta de valoración propia o ajena. Chejov, el genial escritor ruso,  recibió, siendo un incipiente autor poco conocido, en 1986,  una carta de Dimitri Grigorovich, autor ya consagrado,  instándole a confiar en su propio talento y a desarrollarlo sin límites. Ese es nuestro papel colectivo  a menudo entorpecido por criterios emocionales. La inteligencia artificial, sin embargo, se rige por algoritmos, fríos y objetivos. Los criterios diagnósticos, las decisiones terapéuticas que sigan los dictados de la IA estarán supuestamente a salvo de sesgos personales, de minguas experiencias previas o de vanidades o soberbias profesionales. Cojan ustedes un profesional de la odontología (vale también para otros quehaceres), pregúntenle por la razón del fracaso de su trabajo, de su restauración protésica por ejemplo, o de su implante y verán la enorme tendencia a atribuirlo al material, a la deficiente elaboración del laboratorio, a la poca colaboración del paciente o a la displicencia de la auxiliar. Verán lo mucho que cuesta atribuirse, tanto más cuanto menos años de rodaje tenga el profesional, la causa del desastre. En el proceso de análisis, la deficiencia en la preparación, el manipulado incorrecto del instrumento o del material y todo aquello que depende del dentista parece quedar como segunda opción. Y con tal convicción lo explican al paciente, a las auxiliares o a los responsables económicos o clínicos de la instalación en la cual ejercen. Y con la misma convicción lo defienden, sin pudor ante cualquier otro colega con más experiencia que ellos. Bien, ojalá en nuestro oficio la inteligencia artificial, los algoritmos que la componen,  nos aporten información objetiva para resolver muchas cuestiones . Información no envuelta en humo interesado  y desprovista de componentes económicos o de vicios de enjuiciamiento. En última instancia a todos nos interesa aprender de nuestras equivocaciones y por tanto queremos obtener  conclusiones que no estén moduladas en la confrontación  con nuestra propia autoestima. Grigovorich no tenía intereses inconfesables en el éxito de Chejov, solo el poder disfrutar como lector de la brillantez de sus escritos . En los tiempos que corren es difícil pensar que los profesionales dedican sus esfuerzos a mirar la paja en ojo propio más que la viga en ojo ajeno. Cuesta tanto encontrar a alguien que atribuya los errores a su propia actuación (y lo diga en voz alta)  como encontrar quien publica sus fracasos. No está la cosa para reconocer las equivocaciones y ser pasto de la acción de reclamaciones, de abogados o incluso de colegas  que estimulan la desconfianza entre las partes, por más que haya voluntad reparadora.   La prospección o retrospección del seguimiento de los casos del día a día no suele regirse por el método científico sino mas bien por nuestro criterio personal, salpicado de prejuicios e intereses. Abu Abdallah Muḥammad Ibn Mūsā Al-Jwarizmī más conocido por Al -Juarismi fue el erudito persa que “inventó” en el siglo IX el concepto de algoritmo. En una plaza de Jiva, lugar de su nacimiento, en el actual Uzbekistan, rodeada de una inmensa belleza arquitectónica, tiene una estatua que transmite, en el marco en el que se encuentra, una idea de equilibrio y de sosiego. En su obra maestra (un tratado de álgebra, precursora de los algoritmos), decía  que lo que pretendía era dar a “los hombres lo  que requieren constantemente en casos de herencia, legados, particiones, juicios, y comercio, y en todos sus tratos con los demás”. Al final resulta que todos vamos buscando lo mismo cuando tratamos con gente: adquirir confianza en uno mismo. Una confianza basada en la interpretación de un modo justo, veraz y no manipulado de las cosas que hacemos todos los días. Grigorovich, utilizó una carta con Chejov , en las facultades se procura dar herramientas para ello  al alumno, el profesional lo intenta analizando e interpretando su propia experiencia. Al-Juarismi quería darnos lo que los hombres necesitamos y ahora sus algoritmos son utilizados por la inteligencia artificial para proveer al mundo, de un modo objetivo, de lo que el mundo necesita: criterio

Y si en ese sentido la Inteligenica artificial no deja de ser un medio para conseguir un fin , lo realmente preocupante de ella es que si bien puede ser un elemento para conseguir unos criterios más objetivos en nuestra toma de decisiones, también lo es para conseguir sistematizar los errores o las tendencias. Al fin y al cabo el instrumento sigue siendo el resultado de la acción del que lo construye  y si somos capaces de modular nuestro propio criterio a conveniencia, no tengo porque pensar que los constructores de los algoritmos que rigen estos inventos no serían capaces, por conveniencia, de hacer lo mismo. Al final la paradoja es que necesitamos criterio para construir los criterios. Como dice el acervo popular: para hacer  ese viaje no necesitábamos alforjas. Lo que sí que es cierto es que con la IA viajaremos más deprisa .