LA UTILIDAD DE LOS COLEGIOS PROFESIONALES

Dr. Manuel Ribera Uribe, JMD, DDS, PhD Profesor de Gerodontología, Pacientes Especiales y Prostodoncia, Presidente del Comité de Ética en Investigación y Medicamentos UIC (Universitat Internacional de Catalunya), Académico de la Pierre Fauchard Academy.

La ley 2/1974 de Colegios Profesionales viene a decir que estos existen para proteger a los ciudadanos, para garantizar que la profesión se ejerce con calidad, competencia, ética y control y en última instancia para ayudar y representar a los profesionales.

En primer lugar, eso implica el garantizar que quien ejerce es un profesional cualificado evitando el intrusismo. Es cierto que está cualificado legalmente el que tiene el título que lo acredita (con el aval del Estado) y sea cual sea el modo por el cual llegó a ello. Sin embargo, cualificación no equivale simplemente a tener el título oficial. La cualificación es más que eso. Más allá de poseer las competencias es necesario que esas competencias estén actualizadas. También que el profesional sea capaz de prestar un servicio responsable y ético. Una obligación legal y moral del colegio es ordenar el ejercicio profesional, lo cual significa, entre otras cosas, ofertar una formación profesional a precios asequibles a sus colegiados para mantener la actualización, velar porque la renuncia a la formación tenga una clara repercusión en el odontólogo (por ejemplo, vinculando el costo de la responsabilidad civil al nivel de formación). Otra de sus funciones es la defensa de los intereses profesionales de los colegiados. Para ello ha de disponer de una asesoría jurídica eficaz y de un poder de presión sobre aseguradoras, mutuas y empresas. Pero, no nos engañemos, el Colegio no es un sindicato ni tampoco es una patronal. Todos los colegiados deberían, para temas laborales, formar parte de una de esas dos instituciones. El colegio solo representa a los colegiados ante la administración y ante la sociedad. Y no es poco. Entre sus funciones primordiales está el velar por la ética y la buena praxis y dotarse de herramientas de inspección, disciplinarias y sancionadoras que, incluso sin necesidad de denuncia, de oficio, controlen el bien hacer de los dentistas. Ante el gran número de colegiados en ejercicio sorprende la escasa acción disciplinaria ejercida y su casi nula difusión.

Por último, un colegio no puede funcionar sin una transparencia absoluta, sin poner al alcance del colegiado un observatorio continuo de su actividad y unos mecanismos democráticos para incorporar las aportaciones y las críticas de los colegiados. Necesitamos colegios con un buen gobierno. Sin conflictos de interés. Stuart Mill decía que el mejor garante de un buen gobierno es la vigilancia constante de los ciudadanos. En el mundo actual, transparencia no es que el odontólogo esté continuamente vigilante, sino que los órganos de gobierno tengan permanentemente a disposición del colegiado todo aquello que pueda ser de su interés y tengan vías abiertas a la participación y a la oposición

Escribo esto recién levantado en una mañana que ha amanecido oscura y lluviosa. Es posible que ello influya en mi ánimo y me haga ver todo lo que he citado con anterioridad como una utopía. La odontología, tan objetiva y científica, no dispone de datos fiables sobre la percepción que los dentistas tienen de sus propios colegios profesionales. Mi opinión es que no tienen muy claro para qué sirve (cuando no piensan que solo son un gasto obligatorio). Desde luego es necesario que vean que se prestan unos servicios que repercuten positivamente en sus vidas profesionales. Yo creo que el dentista, en muchos casos, es escéptico en cuanto a la posibilidad de que se cumplan  promesas de servicios,  que ya formaban parte de las funciones colegiales y que sin embargo no se estaban llevando a cabo.

Es obvio que cada colegio es un mundo y que uno se rige por lo que ocurre en su entorno. Por ello les confieso que soy un agnóstico expectante. Espero con cierto escepticismo, basado en la evidencia y en la experiencia de lo vivido, que las promesas de cada oleada de nuevos gobernantes sean algo más que una utopía, y que se conviertan, por fin, en hechos que contradigan lo que pasó y es que, pudiendo haber hecho antes cosas propias de un colegio en favor del colegiado, no lo hicieron. Porque si esa esperanza no se cumple el futuro de cualquier organización y de cualquier colegio profesional acabará siendo una distopía y no una utopía.