¿La unión hace la fuerza?: (II) Las Sociedades Científicas o la fuerza de la unión.

    Irene Roch

    Tradicionalmente ancladas en los supuestos legales regulados por las administraciones públicas, las sociedades científicas cumplen, en general, una misión importante para los profesionales implicados. Pero si lo analizamos en detalle, esta misión puede llegar a ser  trascendental para la ciudadanía en su conjunto. Más adelante explicaré por qué. 

    En sus Estatutos las sociedades científicas están obligadas a incluir y cumplir unos referentes normativos que, básicamente, son uniformes para cualquier tipo de asociación. Pero sus auténticas claves habitualmente no se encuentran en los mismos, ni siquiera en su imaginaria letra pequeña. Y es que las sociedades científicas siempre han sido difíciles de entender. De un lado por su argot, que actúa como lo haría una barrera de idioma y, de otro, por ese velo de opacidad que genera el submundo científico encriptado que permanece oculto en los conocimientos específicos y que es tan difícil de descifrar para los que no son eruditos en el ámbito del conocimiento que las identifica. Generalmente, su denominación viene condicionada por el ámbito territorial que abarcan (internacional, europea, nacional, regional o local) y por la rama del saber que estudian y a la que en mayor o menor grado aspiran a representar.

    Con un criterio general, aún a riesgo de que pueda parecer demasiado académico, las principales características de una sociedad científica podríamos condensarlas en tres principales: el conocimiento técnico especializado que, en definitiva, la legitima; el  liderazgo en la transferencia hacia la sociedad, en su conjunto, de ese conocimiento que la coloca al servicio de los ciudadanos como un paradigma adicional de la ciencia abierta; y el grado de representatividad en el ámbito profesional de sus propios miembros. También es esencial que fortaleza global de estas tres características esté bien equilibrada. Cuando así ocurre, las sociedades científicas se colman de prestigio social y profesional a pesar de la dificultad que supone tener que realizar funciones de bisagra entre el conocimiento científico que se atesora y la sociedad en general. Pero lamentablemente no suele ser la norma y en la Odontología española es más bien la excepción si realmente somos autocríticos a la hora de analizarnos.  

    Por si todo ello no fuera ya de complejidad suficiente, las sociedades científicas se caracterizan también por una especial complejidad en su gestión. En ocasiones por su propia historia, otras veces por las historias personales de sus principales referentes y siempre por la doble e imperiosa necesidad de administrar adecuadamente tanto sus conflictos internos como su viabilidad económica en un entorno, como el actual, de manifiestas incertidumbres. 

    En el universo odontológico, además de estar legalmente constituidas en base a los supuestos anteriores, están obligadas a tener un carácter científico emanado de alguna faceta específica en el campo de la Odontología o de la Estomatología que permita que se las identifique de manera inequívoca, pero esto es algo que no siempre se cumple. 

    Desconozco a cuántas sociedades científicas pertenece usted, que ahora me lee. Pero si reflexiona brevemente sobre la colmena de ideas que le acabo de expresar y las aplica a sus propias vivencias, seguro que identifica un buen número de fortalezas, pero también de debilidades en las mismas. En realidad, yo no estoy muy segura de que, en el caso de las sociedades científicas odontológicas, sea cierto aquello de que “la unión hace la fuerza”. O al menos, creo que tiene sus matices. 

    La creación de la Odontología en España en el año 1986, se hizo con base en los criterios aprobados por la Unión Europea y vigentes desde hacía años en la misma. Por cierto que, escribiendo estas líneas, he tenido conocimiento de que en el mes de mayo de este año serán presumiblemente modificados por lo que es de prever que dispondremos de un nuevo marco regulador para cuya implantación deberá estar resuelta antes de que acabe el año 2026. Ya veremos su alcance. En todo caso, la Ley 10/1986, de creación de la Odontología en España,  ya contempló el posterior desarrollo de las especialidades en nuestro país pero éstas no han llegado a sustanciarse en los más de 38 años transcurridos.

    Es en todo el mundo odontológico español conocido que la Conferencia Nacional de Decanos de las Facultades de Odontología, el Consejo General de Dentistas y las Sociedades Científicas Odontológicas más mayoritarias y representativas han trabajado de forma conjunta en los últimos veinte años, con diversos y significados altibajos y disonancias, en orden a facilitar la creación y el desarrollo de las especialidades odontológicas en nuestro país. De hecho, recientemente han conseguido generar un amplísimo consenso profesional reiteradamente trasladado a la sociedad y a sus instituciones académicas, profesionales y políticas. Y es también cierto que, en ausencia de especialidades odontológicas, en nuestro país existen numerosos programas acreditados de formación de postgrado que,  por vía universitaria, ofrecen una formación equivalente a la exigida por los programas de especialización de los países de la Unión Europea. Sin embargo, estos estudios no generan en ningún caso títulos oficiales de especialista reconocidos como tales por los Estados miembros de la Unión Europea por lo que los dentistas españoles se sienten, con razón, discriminados y perjudicados. 

    Son precisamente las sociedades científicas odontológicas cuyos ámbitos de conocimiento específico se identifican con las especialidades reconocidas en la mayoría de los países europeos, las que generan el grupo que podríamos denominar de “primera generación” e impulsan la vanguardia. Me refiero a la SECIB, la SEDO, la SEPA, SEPES, la SEOP y la AEDE que, respectivamente, lideran y representan en nuestro país a la cirugía bucal, la ortodoncia, la periodoncia, la prótesis, la odontopediatría y la endodoncia. Pero una característica esencial de todas ellas es que no tienen una reserva de exclusividad en su cometido. El régimen general del asociacionismo recogido en nuestra Constitución hace que ello no sea posible y así ocurre en todas las ciencias de la salud, generando una contradicción que no es pequeña a la hora de tener que acreditar su representatividad profesional. 

    Existe un segundo grupo de sociedades científicas odontológicas que acostumbro a identificar como de “segunda generación”. Son aquellas que se ciñen a parcelas muy específicas del saber y, por lo tanto, podrían estar relativamente incluidas en las sociedades científicas de primera generación. De hecho, éstas han tenido en muchas ocasiones que recurrir a añadir contenidos científicos a su denominación para acotar mejor la parcelación de su identidad: por ejemplo,  la ortopedia dentofacial en la SEDO,  la estética en la SEPES ó la osteointegración en la SEPA. Aunque ciertamente se haya tratado de hacer un esfuerzo nominativo inclusivo para una mejor identificación y así evitar diluciones, lo cierto es que muy a menudo se ha interpretado como una apropiación como mínimo cuestionable de áreas del saber que necesariamente son transversales y de difícil adscripción exclusiva. A este respecto, debemos tener en cuenta que ya hemos aludido a las dificultades que plantea el argot, también a la hora de que los poderes públicos reguladores interpreten las consecuencias competenciales derivadas de un aparente simple cambio en la denominación.  

    Algunos otros ejemplos de sociedades científicas odontológicas de segunda generación son la Sociedad Española de Disfunción Cráneo-mandibular y Dolor Orofacial,  la Sociedad Española de Láser y Fototerapia en Odontología, la Asociación de Anomalías y Malformaciones Dentofaciales, la Sociedad Española de Odontología Digital y Nuevas Tecnologías, la Sociedad Española de Odontología Mínimamente Invasiva, la Sociedad Española de Analgesia y Sedación en Odontología, la Sociedad Española de Odontología del Deporte y la Sociedad Española de Armonización Orofacial. Todas ellas podrían ser consideradas como áreas de capacitación específica de las sociedades científicas de primera generación. 

    Para completar este collage no debemos obviar que hay algunos casos en los que las ramas del conocimiento que esencializan a las sociedades científicas odontológicas son básicamente idénticas (o muy difíciles de deslindar) de las de otras sociedades, sean éstas de primera ó segunda generación. Sirvan de ejemplo la Sociedad Española de Odontología Infantil Integrada  con respeto a  la Sociedad Española de Odontopediatría o la Sociedad Científica de Odontología Implantológica con respeto a la Sociedad Española Odontoestomatológica de Implantes.  

    Lo cierto es que en el ámbito de las sociedades científicas odontológicas se ha generado un muy diverso crisol o abigarrado mosaico difícil de gestionar con criterios de eficacia profesional, aunque el marco normativo lo permita. Por ello ocurre. 

    Para finalizar, simulando a Bertolt Brecht, (“A los hombres futuros”) me voy a permitir dejar reflejadas en Odontólogos de Hoy 7 (el número mágico para Jorge Luis Borges) recomendaciones para el futuro a las sociedades científicas odontológicas. Son fruto de mi propia experiencia que incluye haber presidido una sociedad de primera generación muy reconocida y, sobre todo, llevar muchos años reflexionando sobre las mismas, pero pueden desestimarlas sin agravios porque son simplemente mi opinión: 

    1. Eviten segmentar el conocimiento. Es mejor la fortaleza de la unión, estar agregados y permanecer unidos planteando alternativas y soluciones conjuntas a los problemas que son comunes.
    2. Los intereses profesionales no son los más importantes. Por encima de ellos están los intereses de los ciudadanos. La salud bucodental de la población tiene que ser el principal factor determinante de sus actuaciones. 
    3. Favorezcan su representatividad referenciándose de manera permanente en la ciudadanía. Sean útiles para la sociedad en su conjunto, proyectando la mejora continua de la salud bucodental como su principal prioridad sea cual sea su área de conocimiento específico. En definitiva, legitímense ante los ciudadanos y no lo hagan sólo ante sus asociados. 
    4. Trabajen proactivamente para que en la Odontología española el valor de lo público esté siempre por encima de los intereses particulares y privados. Aunque la profesión odontológica siga siendo todavía genuinamente una profesión sanitaria de prestación mayoritariamente privada, el futuro no mantendrá esta situación.
    5. Eviten con todos los medios a su alcance que las sociedades científicas odontológicas sean caladeros profesionales, lobbies de gestión o nichos de influencia. Siempre es mejor colocar la calidad asistencial y las garantías de la misma por delante.  
    6. A través de una actitud participativa de todos sus miembros, sustituyan la tradicional reactividad ante las circunstancias y los acontecimientos que amenazan por la proactividad que fortalece y genera nuevas oportunidades, 
    7. Escuchen al sector profesional más joven, inclúyanlo en puestos relevantes de participación y gestión teniendo en cuenta que es mayoritario el sector femenino y propicien las especialidades pensando sólo en las generaciones venideras y no en las coyunturas actuales.

    En definitiva, en mi criterio, para las sociedades científicas odontológicas, tan atomizadas y en un entorno sin especialidades, lo importante no es aquello de “la unión hace la fuerza” sino que sería mejor buscar y arroparse con “la fuerza de la unión”. Analizados quedan los condicionantes para ello. Espero, al menos, haber podido sembrarles la duda.