El juicio en los dientes y la cara moderna

    Irene Roch

    Las muelas del juicio o cordales son denominados así por estar asociados a la cordura al ser los últimos dientes en formarse y en erupcionar, apareciendo en la boca entre los 18 y 25 años, edad en la que las personas tienen el juicio más desarrollado y completo que cuando fue conformándose la dentición definitiva, aunque pueden hacerlo en una edad más temprana o más avanzada o no llegar a erupcionar siquiera. En latín se les denominaba como dens sapientiae (diente de la sabiduría), con un significado que sin duda dio origen al término español y al de otras lenguas latinas que llaman a estos dientes de manera similar, significando en todas las acepciones, literalmente, «dientes del juicio» o «del entendimiento». Con este mismo matiz de sabiduría se les reconoce otros idiomas, como el inglés que les identifica como wisdom teeth («dientes de la sabiduría») y se extiende casi con literalidad al alemán, al neerlandés, al ruso y al chino. En griego se les conoce como fronimitis y en árabe se les llama ders-al-a’qel, que significa literalmente «muelas de la mente».

    Su ubicación es distal y profunda en la boca en la posición más alejada de la línea media como corresponde al tercer molar. En un número cada vez más creciente de seres humanos los molares del juicio no llegan a formarse y aunque se formen, frecuentemente, se quedan incluidos en el interior de los maxilares de manera completa o parcial, produciendo diversos tipos de accidentes y complicaciones clínicas, de manera que podemos afirmar que más del 80 por ciento de las personas acaban teniendo algún padecimiento con sus molares del juicio a lo largo de su vida, como a buen seguro conocen, por experiencia propia y de sus seres cercanos. Cabe entonces preguntarse: ¿para qué están ahí estos dientes, comportándose a menudo como un estorbo en la boca?…, ¿podría tratarse de un error evolutivo del que la selección natural nos está liberando lentamente?…

    Es un hecho científicamente contrastado que todos los primates de la historia han tenido 32 dientes en su edad adulta, incluido el ser humano. El famoso antropólogo español contemporáneo Juan Luis Arsuaga postula que todos los hominoideos, la superfamilia que agrupa a los humanos y a los simios, muestran molares muy similares y característicos, con unas cúspides organizadas como pequeñas colinas separadas por una especie de valles dispuestos según un patrón propio y exclusivo. Por sorprendente que pueda parecer, ningún otro tipo de mamífero, ni de primate, exhibe en sus molares este esquema de cúspides. Este modelo de especialización de los dientes molares indica que los hominoideos constituyen un clado, un grupo natural, y tal carácter derivado es herencia de un antepasado común que vivió en África hace veinte millones de años. En su radiación adaptativa, muchas líneas, la mayoría, se extinguieron pero otras permanecieron y aunque sus descendientes vivientes sean en la actualidad muy diferentes entre sí y del propio fundador del clado, todos conservamos el mismo tipo de molares.

    Los principales postulados científicos se orientan a que el esqueleto facial de los primeros homínidos tenía mandíbulas y maxilares superiores más largos y anchos con mucho espacio para albergar a todos los dientes molares, cuya función esencial era masticar y triturar el follaje, compensando así la incapacidad para digerir eficientemente en su aparato digestivo la celulosa de que se compone la pared celular de las plantas. En ellos, el tercer molar, nuestra muela del juicio, era hasta cuatro veces mayor que el nuestro, siendo el diente más grande e importante con una superficie perfectamente adaptada para masticar el tejido vegetal.

    Lo realmente atractivo e interesante de nuestros cuatro dientes del juicio, es que parecen ser realmente unos dientes vestigiales en la especie humana y para numerosos autores, están involucionando, como parecen estar haciéndolo nuestros dedos meñiques en manos y pies.

    Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Burdeos y el Grupo de Antropología Dental del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, desvela que el Homo antecesor hallado en Atapuerca en el nivel TD6 del yacimiento de la Gran Dolina ya padeció los inconvenientes de no poseer el suficiente espacio para la muela de juicio, achacando esta circunstancia a la conformación moderna de su cara.

    Este concepto de cara moderna tiene su fundamento en que todo parece indicar que hace dos millones de años, con el cambio de dieta asociado a la utilización de las primeras herramientas y, posteriormente, la recolección y el desarrollo de la agricultura, nuestros ancestros desarrollaron unos maxilares más cortos y estrechos como consecuencia de unos requerimientos menores en la masticación, generando una apariencia facial netamente distinta de la de los primates y que los científicos contemporáneos no han dudado en señalar como cara moderna

    Ciertamente, en la evolución humana, el tamaño de los dientes ha ido progresivamente dejando de ser tan importante para cumplir con su función masticatoria pero los terceros molares o muelas del juicio han seguido manteniéndose. El hecho de ser los últimos en erupcionar, teniendo además que hacerlo en unos maxilares cada vez más reducidos y estrechos, activó la señalización de la selección natural y comenzaron a involucionar. Hoy sabemos que el proceso que se inició con la reducción de su tamaño por disminución de la carga de su función, continuó posteriormente con su progresiva desaparición. Todavía estamos inmersos en este proceso que requerirá aún varios cientos de miles de años. De hecho, en la actualidad, diferentes poblaciones humanas difieren mucho entre sí en el desarrollo de sus dientes del juicio. A manera de ejemplo, su ausencia (agenesia) oscila entre un 0,2 % entre los habitantes de Tasmania hasta casi el 100 % de determinadas poblaciones indígenas de Méjico. Como ya he tenido ocasión de comentar, en la Europa actual un 80% de las personas tenemos problemas con nuestros cordales por estos motivos.

    Según Sputnik Stanislav Drobishevski, profesor del departamento de Antropología de la Facultad de Biología de la Universidad Estatal Lomonósov de Moscú, los terceros molares desaparecerán por completo en los humanos al igual que antes se perdió la cola dorsal en el proceso de la evolución que nos dejó remanentes el sacro y el coxis, las últimas vértebras de la columna vertebral. Entonces, según este antropólogo, tras unos miles de años más los segundos molares serán los que pasen a llamarse molares del juicio por las razones que ya hemos tenido ocasión de comentar.

    En conclusión, aunque la ausencia de los molares del juicio se puede estar transmitiendo genéticamente, y así se ha relacionado específicamente al gen PAX9, antes se produjo una evolución adaptativa ligada al cambio de dieta y su impacto ambiental y sociocultural en la evolución humana. Pero… ¿Son realmente estos cambios adaptativos la única razón suficiente para explicar por qué nos están abandonando los dientes del juicio a los seres humanos?

    Si somos francos y rigurosos, cuesta admitir que se pueda delegar, sin más, en la selección natural y en su transmisión genética posterior la ardua tarea de hacer desaparecer 4 dientes de 32 sin apenas afectar a los otros dientes y que éste sea un proceso exclusivo de la evolución humana, sin precedentes en la evolución de todos los demás primates que mantienen intactos sus 32 dientes en la población adulta. Esta inquietud me llevó a estudiar en profundidad este fenómeno y quiero compartir hoy con Ustedes mis conclusiones.

    En el año 2007, Kathryn Kavanagh, bióloga del desarrollo de la Universidad de Massachusetts en Dartmouth, propuso un modelo físico teórico para el desarrollo de la dentición en los mamíferos. Partiendo de datos obtenidos en ratones, explicaba sus resultados, que eran bastante complicados, con un modelo simple de “inhibición en cascada” que básicamente consiste en que cuando un diente se desarrolla, emite sobre su vecindad señales activadoras o inhibidoras resultando el tamaño de los dientes vecinos del balanceo entre ambas señales. Este modelo ha sido aplicado a los homínidos por Alistair Evans, de la Universidad de Monash en Victoria, Australia, y sus investigaciones revelan que el modelo de inhibición en cascada de Kavanagh puede explicar la degeneración del tercer molar de los australopitecos hasta la modesta y molesta muela del juicio que abruma hoy al Homo sapiens sapiens.

    En síntesis, la explicación de ello residiría en el hecho de que en los homínidos más primitivos, los más próximos al chimpancé, la variación en el tamaño y las formas relativas de sus molares estaba en función relativa de la posición y tamaño de los maxilares con unas proporciones constantes entre ellos, incluso con una tendencia a disponer de más especio en la parte posterior de la boca que justificaría el gran tamaño del tercer molar en aquellos homínidos.  Pero con el surgimiento de nuestro género Homo, estas reglas generales se vieron interferidas porque los tamaños relativos de los dientes comenzaron a verse afectados por la reducción del tamaño global de los maxilares en el contexto de la cara moderna. De acuerdo con ello, los dientes del juicio nos enseñan que no estamos siendo víctimas de una involución maliciosa sino de unas reglas de función explicables por las matemáticas desde que nuestra cara se modernizó. ¿No les parece todo un avance?

    En definitiva, no nos debe de extrañar si dentro de 400.000 años los seres humanos solo cuentan con 28 dientes al haberse perdido de manera definitiva los cuatro terceros molares. Esperemos que para entones no nos haya abandonado también con ellos el juicio que siempre les acompañó en la especie humana. La predicción científica es que, entonces, pasarán a conocerse como cordales o muelas del juicio a los segundos molares. Me temo que, en todo caso, nadie de nosotros ni de nosotras podremos estar aquí para comprobarlo.

     

    Septiembre 2025

    Irene Roch