La Odontología en la obra de Hildegarda de Binguen

    Javier Sanz

    María José Solera Piña

     La tarea recopiladora de los llamados saberes odontológicos en la Edad Media se plantea secuencialmente en el rastreo y la interpretación, asignándoles después la categoría que merece. En el caso de la sabia Hildegarda de Binguen, va más allá de lo que pudiera considerarse meramente ocasional, pues su categoría intelectual la llevó a profundizar en aquello que creyó de interés y provecho para sus semejantes en una época de escasez de médicos, aunque no de enfermedades, haciendo de sus dos libros de Medicina sendos repertorios para uso de la humanidad doliente que recogió de la tradición cercana, con algunos tintes de más alto nivel.

     

                Hildegarda de Binguen. 

    Beatificada el 26 de agosto de 1326 por Juan XXII, en diciembre de 2011 Benedicto XVI, casi siete siglos de por medio, dejó entrever su intención de declarar Doctora de la Iglesia a Santa Hildegarda de Binguen, lo cual se llevó a cabo el 7 de octubre del año siguiente al ser nombrada cuarta doctora de la Iglesia Católica tras santa Teresa, santa Catalina y santa Teresita. A partir de entonces fueron numerosos los libros dedicados a su vida y a su obra[1].

    Durante la Edad Media, no faltaron figuras femeninas que destacaran por su santidad de vida y por la riqueza de su enseñanza. Así comenzó la presentación de Benedicto XVI de la santa Hildegarda de Bingen, que vivió en Alemania en el siglo XII.  Nacida en 1098 en Renania, en Bermersheim, cerca de Alzey, murió en 1179. De familia noble y numerosa, sus padres la dedicaron al servicio de Dios; a los ocho años, para alcanzar sólida formación humana y cristiana, fue encomendada a la maestra Judith de Spanheim. En la clausura, junto al monasterio benedictino de san Disibodo, se fue formando un pequeño monasterio femenino que seguía la regla de san Benito. Recibió Hildegarda el velo de manos del obispo Otón de Bamberg y en 1136, cuando murió la madre Judith, superiora de la comunidad, fue elegida su sucesora. Años después, habida cuenta del número creciente de las jóvenes aspirantes a ingresar en el monasterio, fundó otra comunidad en Bingen, dedicada a san Ruperto, donde ya pasó el resto de su vida.

    Se sometió a la valoración y autoridad de aquellos sabios que pudieran asegurar o desechar el origen de sus visiones, recurriendo a san Bernardo de Claraval, quien la tranquilizó y alentó. En 1147 recibió la aprobación del Papa Eugenio III, presidente de un sínodo en Tréveris, quien leyó un texto de Hildegarda presentado por el arzobispo Enrique de Maguncia, quedando autorizada por Su Santidad para escribir sus visiones y hablar en público, lo que significó su consagración hasta el punto de que sus coetáneos la reconocieron como «profetisa teutónica». Además de sus textos genuinamente místicos, y otros relacionados con la música, reunió y compuso obras que podemos identificar con la Medicina y las Ciencias Naturales, las cuales son fuente de información de un estilo de “Medicina” vivida en su tiempo, recopilada, observada y transmitida a generaciones posteriores en la justa medida de su tiempo.

                Hacia tiempos tan recientes como el año de 1970, Hildegarda era desconocida. El “Libro de causas y remedios”, por ejemplo, sólo podía consultarse en latín gracias a una edición muy especializada que en 1903 llevó a cabo Paul Kaiser de un manuscrito de la Biblioteca Real de Copenhague; en los años finales del siglo XX y primeros del XXI aumentó el interés por la vida y la obra de la santa y hoy en día, en su contexto, es una referencia de la Medicina de su tiempo. Probablemente dictó este libro como parte de un todo único, junto con el «Libro de los remedios naturales» (Physica). Es probable que «El Libro de las causas y remedios de las enfermedades» estaría dirigido a profesionales de la Medicina, mientras que la Physica sería un manual doméstico para profanos sobre la utilidad y el valor para sanos y enfermos de las criaturas más comunes y abundantes en la creación, plantas, animales o minerales. Por su parte, “Causae et Curae” describe la recíproca interrelación e interacción entre el hombre y el cosmos de un modo más amplio que el que supone la sabiduría popular, describe a grandes rasgos el funcionamiento del organismo humano por un equilibrio de secreciones internas, cuya alteración causa las distintas dolencias. La obra insiste en el equilibrio, la moderación y la templanza como necesidades básicas para la vida y la felicidad. En cualquier caso, por motivos puramente docentes, analizamos ambos por separado, extrayendo lo concerniente a nuestro propósito, lo puramente odontológico[2].     

    I.- Libro de las Causas y Remedios de las enfermedades[3].

    Queda este libro dividido en cuatro apartados: I.- La creación y su influjo en el ser humano; II.- Secreciones internas. Procreación. Hombres y Mujeres; III.- Los remedios; IV.- Más remedios. No encontrando en el primero cosa relacionada con nuestro interés, la exposición de los restantes es la siguiente:

    II.- Secreciones internas. Procreación. Hombres y mujeres.

    (192) Dolor de dientes. Las venas pequeñísimas que rodean la cutícula, es decir, la membrana en la que está colocado el cerebro, se extienden hasta las encías de los dientes y hasta los dientes mismos, y cuando se llenan de sangre mala, excesiva y podrida, y se infectan con la espuma que se purga en el cerebro, llevan podredumbre y dolor al cerebro y a los dientes y a las encías. Y así la carne que está alrededor de los dientes y la mandíbula se hincha, y se siente dolor en las encías de los dientes.  Si el hombre no purga los dientes con agua, lavándolos con frecuencia, surge a veces un livor en la carne que rodea el diente. Este livor aumenta y enferma la carne, y a causa de ese livor que se ha ido depositando alrededor del diente, en los dientes nacen gusanos y la carne de los dientes se hincha y duele[4].

    III.- Los remedios.

    (369) Dolor de dientes. A quien le duelen los dientes a causa de sangre podrida o de purga de humores del cerebro, tome la misma cantidad de ajenjo que de verbena y cuézalos en una olla nueva con buen vino claro, y después de cocido el vino, cuélelo por un paño, añádale un poco de azúcar y beba este vino. Cuando vaya a dormir, ate estas hierbas calientes y cocidas como ya he dicho con un paño por encima en torno a las mejillas a la altura de los dientes doloridos. Hágalo así hasta que se cure. En efecto, el vino compuesto con las mencionadas hierbas, una vez bebido, purga por dentro la venitas que se extienden desde la membrana del cerebro hasta las encías de los dientes. Y las propias hierbas puestas alrededor de las mejillas mitigan desde fuera el dolor de muelas, ya que el calor del ajenjo con el calor de la verbena y el del vino, todo en su justa proporción, calma estos dolores.  

                + El que tenga dolor de muelas, saje la carne que rodea al diente en cuestión, o sea en la encía, con un ligero corte en la vena o con una aguja, una única incisión para que de ahí salga la podre y mejorará.

    (370) Firmeza de la dentadura. Quien quiera dientes sanos y firmes, tome en la boca agua pura y fría cuando se levante de la cama por la mañana y manténgala así durante un rato para que el livor que hay en torno a sus dientes se reblandezca y de paso la propia agua que tiene en la boca le lave los dientes. Y esto ha de hacerse a menudo y así el livor que hay en torno a los dientes ya no crece más sino que se mantendrán sanos[5].                                                 

    (371) Gusanos en los dientes. Si un gusano corroe los dientes del hombre, reúna la misma cantidad de áloe y mirra, y caliéntelo sobre carbones de madera de haya al rojo vivo en un cacharro de barro que tenga cuello estrecho. Se ha de dejar pasar el humo por un tubito estrecho hasta el diente dolorido, con los labios separados pero los dientes bien apretados, para que el humo no vaya a parar a la garganta. Esto se ha de hacer dos o tres veces al día durante cinco días y se curará. Cuando el calor del áloe y el de la mirra se excitan con el calor y frío parejos de los carbones encendidos, la fuerza de su humo aniquila los gusanos de los dientes[6].

    IV “Más remedios”

    (457) Dolor de lengua. Si a uno le duele la lengua, de modo que se le hincha o le salen llagas, hiérase con una lanceta o con una espina de zarza en una sola de las llagas para que rompa y brote en ese punto el livor, y mejorará[7].

    II.- “Libro sobre las propiedades naturales de las cosas creadas[8]”.

    Todos precedidos por un breve prólogo explicativo, el Libro I, “Las plantas”, el más extenso con diferencia, consta de 230 capítulos; el Libro II, “Los elementos”, de 14; el Libro III, “Los árboles”, de 63; el Libro IV, “Las piedras”, de 26; el Libro V, “Los peces”, de 36; el Libro VI, “Los pájaros”, de 72; el Libro VII, “Los animales” (sic.), de 45; el Libro VIII, “Los reptiles”, de 18 y el Libro IX, “Los metales”, de 8. No aparecen noticias directamente de contenido estomatológico en los libros IV, VI, VII, VIII y IX, por lo cual quedan inéditos para nuestro propósito.

    Libro Primero. Las plantas.

    Capítulo LXVI. Hinojo.

    Comer el hinojo o su semilla diariamente en ayunas disminuye la mala flema y la materia en descomposición, detiene el mal aliento[9]

    Capítulo XC. Lechuga.

    [Si alguien sufre dolor o hinchazón en sus encías, debe tomar lechuga o, si no tiene, yemas de hojas del roble. Agregue una cantidad ligeramente mayor de perifollo. Luego macháquelo ligeramente y agregue vino. Póngalo en su boca, y manténgalo allí durante algún tiempo. Esto elimina los humores malos de las encías[10].

    Capítulo CIX. Ajenjo.

    Quien tenga dolor de muelas proveniente de la sangre podrida o por la purgación del cerebro, debe cocer pesos iguales de ajenjo y verbena en una olla nueva con vino Bueno. Después de filtrado con un paño, bébalo con un poco de azúcar. Cuando se acueste, ate las hierbas calientes alrededor de su mandíbula. Debe hacer esto hasta que esté bien[11].

    Capítulo CXXI. Hierba mora.

    …Si le duelen las muelas, caliente la hierba mora en agua y, cuando se acueste por la noche, póngala encima de sus mandíbulas superiores y donde duela, y el dolor cesará[12].

    Capítulo CLXIX. Zarza.

    [Si alguien tiene inflamaciones en la lengua o tiene úlceras, debe usar una zarza para cortar su lengua un poco, para que la mucosidad se abra camino. Si tiene un dolor de muelas, debe hacer la misma cosa a sus encías, y mejorará][13].

    Capítulo CCXXX. Albahaca.

    Quien tenga parálisis en su lengua, de modo que no pueda hablar, debe poner albahaca debajo su lengua y recuperará el habla[14].

    Libro segundo. Los elementos.

    Capítulo II. Agua.

    Quien desee tener dientes duros y sanos tome agua pura fría en su boca por la mañana, cuando sale de la cama. Manténgala un poco en la boca para que la mucosidad de alrededor de sus dientes se ponga suave, y para que esta agua pueda lavar sus dientes. Si lo hace a menudo, la mucosidad de alrededor de sus dientes no aumentará y sus dientes permanecerán sanos. Como la mucosidad se adhiere a los dientes durante el sueño, cuando la persona se levanta del sueño debe limpiarlos con agua fría, que limpiará los dientes mejor que el agua caliente. El agua caliente los hace más frágiles[15].

    Libro tercero. Los árboles.

    Capítulo XXIII. Abeto.

    Si su boca y labios se hinchan por alguna enfermedad, caliente la semilla o fruto del árbol del abeto en un ladrillo caliente. No reduzca la semilla a polvo, sino póngala, caliente, encima de su boca. La hinchazón cesará[16].

    Capítulo LIV. La vid.

    Si su carne se pudre alrededor de sus dientes o sus dientes son débiles, ponga cenizas calientes de la vid en vino, como si deseara hacer lejía. Entonces lávese los dientes y la carne alrededor de ellas con ese vino. Hágalo a menudo, sus encías se curarán y sus dientes serán fuertes. Aunque sus dientes estén sanos, este lavado los beneficia y se ponen bonitos[17].

    Libro V. Los peces.

    Capítulo V. Salmón.

    Un hombre cuya dentadura se esté pudriendo y tenga los dientes débiles y frágiles debe pulverizar las espinas de este pez y agregar sal un poco asada. Ponga frecuentemente por la noche este polvo alrededor de sus dientes y permita al flujo de saliva difundirse sobre las encías. Limpiará y sanará la carne alrededor de sus dientes. Las otras partes del salmón no sirven para medicina[18].

    Conclusión.

    Si Hildegarda de Binguen es una referencia religiosa e intelectual, lo son asimismo y por ello sus obras, comprendidas en el contexto temporal y cultural en que fueron escritas. Es cierto que ambas, de construcción y propósito no muy diferentes a otras coetáneas, son de contenido heterogéneo y, en lo puramente “médico”, su fundamento está ajustado a las teorías propias de la medicina medieval, cuyos esquemas manejaba la autora con la soltura que requerían. Como ocurre también en algunos textos más canónicos, incluso de la pluma de profesionales médicos o quirúrgicos, los conocimientos de “lo relativo” a nuestra especialidad no formaron un capítulo, sino que aparecieron dispersos y no siguieron categorías. No obstante, como incrustados en diferentes apartados, aparece lógicamente la odontalgia como el más frecuente y molesto de los males, proponiéndose algunos remedios, entre ellos la fumigación para eliminar al causante de la misma, el “gusano dental”, de tan larga e insensata “tradición” odontológica. Las gingivopatías, expuestas de modo muy general, son asimismo enfermedades habituales y también se trata la inflamación de la lengua o la parálisis de ésta, cuyos remedios son de carácter local. Pero no sólo se compromete con las enfermedades en tanto que tales para procurar remedio, sino que aboga por el uso de ciertas medidas como el enjuague bucal con agua fría por las mañanas para mantener la dentadura sana y recia, así como las encías.

     

    [1] Sobre Hildegarda de Binguen, consultar preferentemente: Cirlot, V. Vida y visiones de Hilegard von Bingen. Madrid, Ediciones Siruela, 1997. Feldmann, Ch. Hildegarda de Bingen. Una vida entre la genialidad y la fe. Barcelona, Herder Editorial, 2009. Ballano, M. Hildegarda de Bingen. Doctora de la Iglesia. Burgos, Monte Carmelo, 2012. Pernoud, R. Hildegarda de Bingen. Una conciencia del siglo XII. Madrid, Paidos, 2012.Dumoulin, P. Hildegarda de Bingen. Profetisa y doctora para el tercer milenio. Madrid, EDIBESA, 2013.

    [2] Debe tenerse en cuenta que muchos de los males y enfermedades expresados en el libro, como en tantos otros, siendo de “carácter general” pueden tener repercusión en el órgano bucal y anejos, como también los remedios propuestos para su prevención o curación.

    [3] Libro de las causas y remedios de las enfermedades. Madrid, Hildegardiana, 2013. (Traducido de la edición típica del Liber Causae et Curae, y anotado por José María Puyol y Pablo Kurt Rettschlag).

    [4] Ídem., pág. 83.

    [5] Ídem., pág. 131.

    [6] Ídem., pág. 132.

    [7] Ídem., pág. 161.

    [8] Madrid, El Criticón S.L., 2018. (Traducción, introducción y notas de Rafael Renedo Hijarrubia. Prólogo de José María Sánchez de Toca y Catalá).

    [9] Ídem., págs. 87-88.

    [10] Ídem., págs. 99-100.

    [11] Ídem., págs. 111-112.

    [12] Ídem., pág. 120.

    [13] Ídem., pág. 143.

    [14] Ídem., págs. 168-169.

    [15] Ídem., págs. 173-174.

    [16] Ídem., págs. 203-204.

    [17] Ídem., págs. 218-219.

    [18] Ídem., págs. 266-267.