En la antigüedad clásica se intentó dar una explicación a los hechos de la naturaleza que no se comprendían mediante interpretaciones de tipo mágico o mítico, aunque posteriormente se buscaron explicaciones racionales o lógicas. Los filósofos presocráticos trataron de describir a la naturaleza y al cosmos como algo armónico y proporcionado. En esa línea, Platón describió el camino hacia el ideal de la belleza o de las cosas bellas. Se basaba en la conocida como teoría cuantitativa, en el sentido de que las cosas bellas son aquellas que tienen en cuenta la proporción entre sus partes o lo matemáticamente armónico. Según Platón, los sentidos nos engañan mientras que el mundo de las ideas al que se accede por la razón es donde encontramos la idea del bien y de la belleza.
En la Grecia clásica se consideraba la belleza bajo un prisma objetivo representado por el orden, la proporción y la armonía. Por ejemplo, Policleto considero que la escultura debería seguir un patrón como en el “Doriforo” que tenía que ser armónico y medir en altura como siete veces la altura de la cabeza.
A lo largo de la historia de la cultura ha habido diferentes definiciones para plasmar lo que se considera un objeto bello. En la Edad Media, autores de la Patrística como Santo Tomas consideraba a lo bello como “lo que nos place a la vista”, pasando a una visión más subjetivista de la estética y de alguna forma distanciándose algo de concepciones anteriores. Asimismo, la belleza se relacionaba con lo bueno o lo ideal, por lo que se trata de una tendencia hacia la perfección. Aunque en el Renacimiento vuelven con fuerza las tendencias clásicas con la idea de armonía y de mimesis de la naturaleza.
L.B. Alberti arquitecto genovés de gran nivel en esta época consideraba necesaria una separación entre arte y religión, ya no hay necesidad de moralizar a través del arte como en la Edad media, el arte se vuelve humanista. Consideraba a la belleza como la proporción armónica entre las partes de un conjunto al igual que se dan en la naturaleza. Esta idea de belleza como algo objetivo siguiendo proporción, armonía y equilibrio es lo que se conocerá como la gran teoría. Tenemos como ejemplos las pinturas de grandes maestros italianos como Leonardo da Vinci o Miguel Ángel Buonarroti (figuras 1 y 2). Plotino describió a la belleza como el resplandor de una luz inteligible de las cosas sensibles.
La gran teoría formulada desde la antigüedad clásica va a sufrir una importante crisis durante el siglo XVIII. Esto significo un cambio amplio del concepto de belleza y va a favorecer la creación de nuevas categorías estéticas como el concepto de lo sublime. Influyeron corrientes filosóficas como el empirismo y el romanticismo, pasando de una concepción amplia de la belleza a un concepto puramente estético. Desde una concepción objetiva sustentada por la razón a una aprehensión subjetiva de la belleza sustentada por el instinto o las emociones. Se considera a la belleza como una experiencia única para así poder llegar al conocimiento artístico a través de la percepción visual, táctil o auditiva.
Ya en el siglo XVII, J. Adisson consideraba que la obra de arte tenía la capacidad de desarrollar la imaginación. Comenzó a prever una categoría estética nueva, precursor de lo que sería posteriormente la estética del romanticismo, introduciendo el concepto de lo sublime. Sin duda alguna, Adisson rebasó los límites de la normativa estética de su tiempo, considerando a la imaginación como fuente de la actividad creadora frente al clasicismo y al academicismo racionalista.
Ante objetos descomunales o paisajes de una magnitud inconmensurable, casi infinita, caeremos en un asombro sobrecogedor pero agradable, en una deliciosa inquietud y un agradable espanto. Abismos infinitos o la furia desatada de la naturaleza abren el registro de la belleza extrema de lo sublime. La ilimitada imagen del desierto, la extensión inmensa del océano o una luz potentísima y cegadora en la niebla son territorios donde se manifiesta la infinitud. Este concepto alcanza definitivamente a mediados del siglo XVIII un rendimiento pleno en el terreno estético, alterando plenamente la sensibilidad y el gusto en el arte.
Artistas como el pintor ingles Joseph M.W. Turner conocido como pintor de la luz, o los pintores románticos como el francés Théodore Géricault o el alemán Caspar David Friedrich son ejemplos de esta nueva categoría estética (figuras 3,4 y 5).
La categoría de lo sublime fue explorada por filósofos como Kant en “la Crítica del juicio”, llevando el concepto estético más allá de la categoría establecida y limitada de lo bello. La imaginación se ve así atraída hacia lo siniestro produciendo un placer estético porque somos conscientes de que se trata de una ficción. La exploración de esta nueva forma estética será desarrollada por los artistas del romanticismo.
Referencias
CASTRO, Sixto J. “La sublimación de la belleza. Alpha, 2021, nº53, p.89-100.
KUPAREO, Raimundo. “La belleza y el arte”. Aisthesis, 1995, nº 28, p.9-15.
MOLINA CASTILLO, Fernando. “Lo bello y lo sublime en la estética de Esteban Arteaga”. Cuadernos sobre vico, 1999-2000, nº 11-12, p. 235-251.
TRÍAS, Eugenio. Lo bello y lo siniestro Barcelona: Ed. Ariel, 2006.