Un día como hoy, a finales de curso, con la canícula en plena actividad, me levanto temprano con la certeza de que, como viene siendo normal, hoy también va a subir todo, incluida la temperatura. Me temo que con toda seguridad, cuando hojee el diario, veré que sube el precio de la luz, el de los combustibles y el de la crispación política. También que cuando vaya al supermercado habrá subido el precio de los alimentos y cuando llegue a la Universidad, próximo ya el cierre académico, habrá subido el número de odontólogos. Probablemente iré por la tarde a la consulta a comprobar que los precios de los materiales y los costos de personal también se han disparado. Desde luego lo que tengo claro es que el ciudadano común, cuando le hablan de la ley de la gravedad ya no piensa en que todo lo que sube baja, siguiendo las pautas que expuso Newton. Ahora más bien cree que lo de la gravedad se refiere a lo complicado que se está poniendo el asunto para llegar a fin de mes. El costo de la vida sube, pero no baja nunca. Sin embargo, los dentistas, que en el imaginario común, conformamos una especie diferente, poco sensibilizada a los avatares económicos de la población y con una disponibilidad monetaria por encima de la media, sabemos que lo que no sube son los pacientes, el volumen de los tratamientos, los beneficios y desde luego tampoco nuestros precios. Todo lo contrario, los precios privados ya nos encargamos de contenerlos de motu propio por la cuenta que nos trae, dada la competencia existente y los que nos abonan las mutuas ya se encargan ellas de ver como rebajarlos. Y en la sanidad pública lo que sube es la demanda pero no la oferta.
De todo ello tiene culpa, con toda seguridad, la malhadada inflación que no deja de ser el aumento excesivo de algo. A nadie le gusta la palabreja pero todos desayunamos con ella. Uno acaba pensando que si a mí me suben las cosas lo que he de hacer es trasladar la subida a lo que yo vendo o al servicio que yo presto. Total, que el problema no está en la subida, sino en la subida “excesiva”, término este último absolutamente subjetivo y que depende, obviamente, de las expectativas que cada uno tiene en su vida cotidiana. Así pues, la inflación es como la falsa moneda que cantaba Imperio Argentina: “de mano en mano va y ninguno se la queda”. Excepto los dentistas, que nos comemos la inflación, además del IVA, en nuestros precios. Pero por otro lado en concordancia con el pueblo llano nuestras expectativas siguen siendo las máximas. Pese a la dureza del mercado , los odontólogos (muchos de ellos), aspiran a trabajar de lunes a viernes, dejando alguna tarde o mañana libre para sus cosas personales y a percibir por esas 4 medias jornadas mensuales emolumentos acordes a sus expectativas. A entrar a las 16 en la clínica y poder acabar los pacientes a las 20 horas para estar pronto en casa. A disfrutar de vacaciones veraniegas y viajes al exterior y en definitiva a disponer de unas condiciones económicas y laborales que distan bastante, la mayor parte de las veces, de la realidad que nos ofrece el mercado. Y todo eso pese a que los contratantes buscan dentistas con experiencia para trabajar pero los dentistas no tienen experiencia sino consiguen trabajo. Un bucle perverso al que no contribuye la enorme plétora profesional, es decir la inflación, el crecimiento excesivo del número de odontólogos. Ciertamente un problema que se ve de diferente manera según si eres político, gestor, dentista, empleador o si vives de la enseñanza.
Finalmente, en la calle ya, yendo a buscar el coche, descubro que el ambiente no es tan caliginoso como mi mente apuntaba. No puedo ir por el mundo con esa actitud. No es positiva y no es buena para mi paz interior. Hoy hace un día brillante y limpio. Luce un sol esplendoroso, inmisericorde, eso sí. Así que empiezo a pensar que seguramente Newton debería tener razón y todo lo que sube finalmente acaba por bajar, que la inflación es algo coyuntural y pasajero y que nuestras autoridades sabrán como ponerle coto. En cualquier caso solo 100 años después de que Newton hablara de la caída de la manzana, Burton y Hormer ya habían inventado el ascensor demostrando lo fútil de obsesionarse con las cosas y la facilidad con que se puede invertir la dirección del movimiento. También me doy cuenta que hemos de mantener altas nuestras expectativas para que el mundo siga adelante y que probablemente he debido haber dormido mal esta noche por culpa del sofocante calor. Incluso me alegro de que ayer hubiera tenido que dejar el vehículo a tres manzanas de casa porqué así además de hacer ejercicio me ha dado tiempo a corregir mi desánimo matutino. Sin embargo …. ¡¡¡¡ mierda ¡¡¡¡. Me he dejado las llaves del coche en casa.