¿Por qué, en un momento dado la pintura se transforma en algo distinto? La respuesta tiene varias vertientes: Desde el Renacimiento hasta mediados del siglo XIX los artistas plásticos buscaban tres objetivos fundamentales:
- Reflejar el mundo exterior de la manera más exacta posible. Plasmar objetos, paisajes y, sobre todo, reproducir a las personas que, según su criterio o su recompensa pecuniaria, merecían ser reflejadas de alguna manera en un retrato.
En las obras de arte figurativas se reconoce por su apariencia externa el modelo representado. El artista puede tener el modelo delante, lo que le permite comprobar su aspecto a medida que va realizando su tarea, o bien lo tiene en su memoria. Puede realizar parte de su tarea frente al modelo (apunte "del natural") y luego terminarla en su taller; o realizarla toda en el entorno donde se encuentra su modelo (especialmente en la pintura del paisaje) o donde va a permanecer la obra sobre la que se trabaja (pintura mural, por ejemplo).
No exige en el observador ningún esfuerzo mental para comprenderlo, pues todo está expuesto ante los ojos de quien lo contempla. Así cuando vemos un paisaje, un retrato, una naturaleza muerta, etcétera, comprendemos inmediatamente el mensaje externo, superficial, que el artista nos quiere transmitir. Fue la primera expresión del arte del hombre, maravillado ante lo natural, y ya lo hallamos en las antiquísimas pinturas rupestres. El arte medieval plasmaba figuras religiosas y en el Renacimiento éstas fueron sustituyéndose por las figuras humanas en la nueva concepción antropocéntrica del mundo.
En ”La Venus del espejo” observamos el reflejo de la diosa Venus frente a un espejo que sostiene Cupido. La imagen de la diosa está representada más como mujer que como propia diosa. Es posible que el artista pretenda enviar algún mensaje con este tipo de pintura, en este caso, se trataría de mensajes internos, más profundos que los anteriores externos y que no todo el mundo estaría dispuesto para entender. En este caso, Velázquez pinta a la diosa como una mujer mortal, resistiéndose al hecho de considerarla diosa.
- Reproducir o reflejar la belleza. Este objetivo está íntimamente ligado al anterior. Reproducimos lo que vemos, pero también reproducimos lo que nos impresiona, lo que nos hace sentir, lo que nos emociona, lo que nos hace reír o llorar, pero siempre con una mirada al exterior, a lo que nos rodea y circunda. Es la reproducción de la belleza exterior.
En el idealismo artístico se pinta la realidad pero eligiendo lo bello y elegante y suprimiendo lo vulgar.
En la “Alegoría a la Primavera” Boticcelli la imagen de las tres ninfas es angelical, de una gran belleza estética, con rasgos suaves y hermosos y movimientos gráciles. Todo el cuadro expresa armonía, equilibrio y estética equilibrada.
- Reflejar una idea. En este marco se encuentra la pintura simbólica, la cual va a relatar una serie de conocimientos que solo determinados espectadores sabrán encontrar. El resto, simplemente, apreciara la belleza de la obra. Es decir, verán la obra según el objetivo segundo. En este sentido no podemos centrarnos solo en los pintores denominados simbólicos del último tercio del siglo XIX. Artistas como el Bosco o Giorgione se pueden considerar pintores simbólicos.
Podemos considerar a “la Tempestad” de Giorgione como el primer paisaje de la pintura occidental y está cargado de alegorías. El cuadro lleno de un simbolismo oculto y misterioso, refleja a una mujer amamantando a un niño mientras es observada por un caballero. Al fondo, una ciudad con un cielo tormentoso que amenaza a los propios protagonistas de la obra. Destaca la mirada directa y retadora de la mujer semidesnuda hacia el espectador.
En el siglo XIX comenzaron nuevas corrientes artísticas en los que este último objetivo de “Reflejar una idea” fue tomando cada vez mayor preponderancia. Por ejemplo y en relación con la simbología en el arte, resulta interesante destacar que la Orden de los Rosacruz, renacida en 1612 con un manifiesto titulado Fama Fraternitatis, y que se dividió posteriormente en varias ramas de las que algunas de ellas pusieron un especial énfasis en el cultivo y difusión del arte. Entre 1892 y 1897 la Orden organizó una serie de salones artísticos —conocidos como Salón de la Rose+Croix— en los que se exponían obras de arte preferentemente de estilo simbolista. Los rosacruces defendían el misticismo, la belleza, el lirismo, la leyenda y la alegoría, y rechazaban el naturalismo, los temas humorísticos y géneros como la pintura de historia, el paisaje o el bodegón.
Sin embargo, toda esta explosión de belleza y simbolismo también fue muy criticada. Por ejemplo, en 1891 en los Mandamientos de los Rosacruces sobre estética, se recoge la prohibición de «toda representación de la vida contemporánea», así como «todo animal doméstico o utilizado para el deporte, las flores, los bodegones, los frutos, los accesorios y otros ejercicios que los pintores tienen la insolencia de exponer». En su lugar, «para favorecer el ideal católico y el misticismo, la Orden acogerá toda obra fundada en la leyenda, el mito, la alegoría, el sueño».
El primer salón tuvo lugar en París del 10 de marzo al 10 de abril de 1892. En el catálogo de la exposición estos artistas manifestaban querer «destruir el realismo y acercar más el arte a las ideas católicas, al misticismo, la leyenda, el mito, la alegoría y los sueños». Para ello, se inspiraron en la obra de Poe y Baudelaire, además de las óperas wagnerianas y las leyendas artúricas.
Sin embargo, a mediados del siglo XIX tiene lugar el nacimiento de una herramienta que va a cambiar todo el concepto de la reproducción de lo que vemos y percibimos. Esta herramienta es la FOTOGRAFIA. Nace en 1839 de la mano de Louis Daguerre, aunque sus principios se remontan a Aristóteles con la “cámara oscura”. Fue en 1824 cuando el científico francés Niepce obtuvo la primera impresión fotográfica.
El nacimiento de la fotografía hizo que el primero y segundo objetivos de la pintura quedara atropellado e invalidado con este medio, absolutamente exacto, reproducible y fácil de realizar. Ya no necesitábamos a grandes artistas que supieran pintar un árbol, o un cielo, o unas uvas. Tampoco a grandes artistas que supieran reproducir el rostro humano, o de un perro o, porque no, de una rata cualquiera. Todo esto lo podía realizar la fotografía con un solo clic, más o menos elaborado, pero de manera fácil segura y sobre todo, barata.
¿Qué paso entonces? Los artistas más avezados empezaron a explorar otros campos a los cuales la fotografía nunca podría llegar. Así, algunos artistas empezaron a IMPRESIONAR con sus obras. Así nació el movimiento impresionista, caracterizado, a grandes rasgos, por el intento de plasmar la luz y el instante, sin reparar en la identidad de aquello que la proyectaba. Es decir, si sus antecesores pintaban formas con identidad, los impresionistas pintaban el momento de luz, más allá de las formas que subyacen bajo este.
Con la obra “Impresión del Sol naciente” de Monet (1840-1926) nació en movimiento impresionista.
Como toda evolución artística, rompió moldes y fue criticada, rechazada e incluso vilipendiada por muchos críticos y artistas más clásicos. El crítico de arte Louis Leroy escribió:
“Al contemplar la obra pensé que mis gafas estaban sucias. ¿Qué representa esta tela?…, el cuadro no tenía derecho ni revés…, ¡Impresión!, desde luego produce impresión…, el papel pintado en estado embrionario está más hecho que esta marina…”
Otros artistas evolucionaron buscando un momento específico que captara la atención del espectador y lo EXPRESABAN en su obra. Son los denominados expresionistas los cuales defendían un arte más personal e intuitivo, donde predominase la visión interior del artista —la «expresión»— frente a la plasmación de la realidad —la «impresión»— El expresionismo suele ser entendido como la deformación de la realidad para expresar de forma más subjetiva la naturaleza y el ser humano, dando primacía a la expresión de los sentimientos más que a la descripción objetiva de la realidad.
Básicamente, los impresionistas utilizaban una técnica rápida que ofrecía una impresión de la realidad deformada por una luz que conseguía ser la protagonista de la obra. En cambio, el expresionismo reflejaba más una realidad interior del propio artista.
Algunos otros exploraron con los colores o con la forma de realizar la obra: FAUVSMO, PUNTILLISMO…
Dentro de los pintores expresionistas, podemos citar a Balthus (1908-2001 como uno de los más singulares y controvertidos.
En el cuadro “Teresa soñando” Balthus hace una expresión de la propia protagonista en momento de cansancio o descanso. La protagonista del cuadro es una niña de 11 años que sirvió de modelo en gran parte de sus obras.
La niña se encuentra en una postura sugerente, incomoda y con una gran carga sensual. Casi toda la obra de Balthus tiene una gran carga erótica amplificando lo incómodo y lo inquietante. Vemos, pues, que refleja de forma transparente la propia subjetividad del autor, es, por tanto, un evidente pintor expresionista.
Otro pintor claramente expresionista fue Ernst Ludwig Kirchner (1880-1938) perteneciente al grupo alemán Die Brücke. En su obra “Franzie ante una silla tallada” observamos la imagen de la protagonista sentada sobre una silla cuyo respaldo es el tallado de una mujer desnuda. La obra es la expresión de un sentimiento desafiante plasmado en la mirada de la modelo.
Todo esto se desarrolló al tiempo que el arte de la fotografía iba invadiendo el espacio que le correspondía. Vemos, por tanto, que los pintores necesitaban buscar su espacio y esto desarrolló potentes corrientes artísticas que de otro modo nunca hubieran nacido, o al menos, no de forma tan simultánea.
En este proceso, algunos artistas empezaron a ir más allá: A parte de expresar una idea como hacían los autores expresionistas, se planteó el ir más allá: ¿Por qué no expresar un sentimiento? En ese contexto, empezaron a elaborar obras sin que existiera un motivo externo, solo, simple y libremente, la idea, el sentimiento. En esta corriente, los artistas percibieron que el exterior no era lo reproducible, sino, que lo auténticamente reproducible era el interior del ser. Es la reproducción de lo más íntimo del ser mediante una configuración estrictamente plástica. ¡POR FIN HABIAMOS ACABADO CON LA DICTADURA DE LO EXTERNO! Se sentían felices de no tener que cumplir con lo que lo externo obligaba a reproducir. Era, el zenit de la LIBERTAD DE EXPRESIÓN PLÁSTICA.
Cuando observamos un cuadro de Delaunay (1885-1941) (por ejemplo, su serie “Ventanas”) estamos apreciando eso mismo, unas formas geométricas donde el límite es difuso pero claramente apreciable. Si miramos la obra de Mondrian o Malevich con sus estructuras verticales y horizontales, estamos ante una evolución más arriesgada aún que la realizada por Delaunay. Kazimir Malevich (1879-1935) fue el máximo representante del suprematismo.
En la obra “El afilador de cuchillos” Malevich hace una descomposición de las formas con una geometría abstracta muy ligada al cubismo.
Podemos observar como el arte va evolucionando hacia el rechazo, al principio parcial, con miedo, y después total, con agresividad, de lo externo, de la visión más real para encontrar en camino directo hacia la propia imagen interior, deformada y subjetiva.
En mi obra de la serie “Cielos” represento la realidad soñada del cielo en el marco de una ventana perfilada en negro. La realidad se corta abruptamente con las dos líneas, una horizontal y otra vertical que parten en propio cuadro pero nunca lo dividen.