Comentario sobre la encuesta: “Situación laboral de los dentistas frente al COVID-19 en España”

F. Javier Cortés Martinicorena
Estomatólogo. Doctor en Medicina y Cirugía

Escribo esto la mañana del sábado 25 de abril. Entre hoy y la fecha de mi anterior artículo (14/04) “Seamos prudentes, no claudiquemos” se han publicado los resultados preliminares de una encuesta online de ámbito nacional para conocer la situación de las
Clínicas Dentales en España respecto de la pandemia que vivimos.

Esta encuesta se ha realizado en un tiempo record, tanto de diseño como de toma de datos y análisis de los mismos, y han respondido a la misma 4.298 dentistas es decir, un 10% de la colegiación aproximadamente. Una muestra suficiente para extraer conclusiones.

La encuesta está disponible en la web del Consejo general. Quisiera hacer un comentario a estos resultados preliminares. Lo primero de todo quiero destacar que el 1.9% de los dentistas desgraciadamente ha padecido la enfermedad, y un 7,3% adicional ha estado en aislamiento por sospecha clínica. En total, un 9,2% de afectados, unas cifras sensiblemente inferiores a las que se están dando entre los sanitarios de la medicina general y especializada. Para ellos, vaya desde aquí un deseo de pronta y total recuperación así como para su entorno que ha podido verse afectado. Con ser esto lo más importante, sin duda, hay otros aspectos de la encuesta que considero preocupantes.

En el anterior artículo denunciaba la desatención de los pacientes que, en mi opinión, se estaba produciendo, ya que algunos datos apuntaban a que las clínicas dentales habían cerrado en masa. Pues bien, los resultados de la encuesta vienen a confirmar claramente esa sospecha. Si vamos directamente a las Conclusiones, a pesar de que la lectura (política) sea: “1 de cada 4 dentistas ha cesado por ahora toda su actividad, y el resto se dedica (salvo excepciones) a atender exclusivamente urgencias”, la lectura técnica, y más ajustada a la realidad, es que solo el 16,5% mantiene la clínica abierta y otro 28% adicional está “localizado solo para urgencias”. Dicho de otro modo, el 80% está cerrado aunque hay ese 28 % de dentistas que atienden urgencias presenciales a demanda. Entre los que han cerrado, estarán los casos debidos a padecer la enfermedad o tener sospecha de ello -ese 9,2% que dice la encuesta- o los casos en los que alguna persona del equipo se haya visto afectada, directa o indirectamente, y ello ha obligado al cierre de la clínica como una medida preventiva necesaria para no ser vectores de transmisión. Pero hay muchos, muchos más, cerrados, que no sabemos cuántos son ni por qué razón porque los datos publicados no permiten conocerlos ni estimarlos.

Así, el tema central se convierte en: ¿qué es una urgencia?

Aquí ha habido para todos los gustos y no han faltado compañeros bienintencionados y entes asociativos, que han generado una gran confusión. Los criterios para definir una urgencia han sido, en general, tan restrictivos, que solo se contemplaban los casos de extrema gravedad, casi limitando con el compromiso de vida.

Y la urgencia odontológica es otra cosa, lo sabemos. Una pulpitis es una urgencia y no se resuelve con antibiótico recetado por teléfono porque no es el tratamiento de elección; una fractura dental es una urgencia aunque no haya dolor extremo; una llaga en la lengua producida por el borde cortante de un diente, es una urgencia aunque no requiera puntos; una prótesis partida en dos, en un paciente que es lo único que tiene para poder masticar,
es una urgencia, aunque no se vaya a morir por ello; etc.

Todos sabemos que podría seguir con muchos ejemplos más. Y atender a esas urgencias es dar atención de calidad y, en definitiva, ser médicos de la boca para nuestros pacientes y para la comunidad en la que vivimos. Pero hemos fallado en esto.

El argumento declarado hasta la saciedad ha sido la falta de equipos de protección, unido a que no nos podemos convertir en vectores de contagio. Pero no nos engañemos, ha sido el miedo el que ha podido más que la falta de mascarillas FFP2 o pantallas protectoras. De las FFP2 no cabe duda que ha habido una escasez evidente y, en algunos momentos, la práctica imposibilidad de comprarlas. Además, a este clima de impotencia y miedo generalizado, tampoco han ayudado los mensajes contradictorios de toda índole realizados desde las organizaciones colegiales, que más se ocupaban de dar instrucciones para gestionar los ERTE, una invitación a cerrar, cuando no pedían abiertamente el cierre de las clínicas; o nos informaban que el Ministerio solicitaba dar el stock de EPI’s (para su posible donación) para a continuación decirnos que no estamos obligados a ello; o, al día siguiente, argumentar que la falta de EPI’s obliga al cierre de las clínicas. Parecíamos estar en un agobiante partido de pin-pon, tan pronto la cabeza a un lado como al contrario.

Nos hemos olvidado lo más importante: que somos médicos y nos debemos a la salud y bienestar de nuestros pacientes. Ha habido un abandono clamoroso, hemos actuado de forma egoísta y más como titulares de un negocio que, en general, puede tener bien saneadas sus cuentas –de todo habrá excepciones, sin duda- y se puede permitir cerrar, eso sí, eliminando nóminas, que cuidadores de la salud que deben estar a las duras y a las maduras, asumiendo riesgos. Nosotros sabemos bien qué es trabajar con riesgo, qué es trabajar con agentes patógenos, también qué es trabajar con el dolor, y no podemos ir predicando por ahí que nos faltan medios primero porque nuestra obligación es tener stock sufi ciente porque los debemos utilizar cada día y, segundo, porque, subliminalmente, lanzamos un mensaje a la sociedad de que no estamos lo suficientemente preparados.