Querido lector, querida lectora:
Inicio con esta columna de opinión una especie de epistolario que no sé bien a dónde me llevará. Pondré por mi parte tesón y constancia en las mismas proporciones que el editor de esta revista ha aportado su generosidad al concederme este espacio sin censura ni guión pre-establecido para que, simplemente, me exprese con libertad. Lo haré bajo pseudónimo porque creo que mi identidad real es lo de menos. Es más, no quisiera que se artefactara lo que escribo por la idea que pudiera tener de mí quien me lea. Por ello, solo conocerá mi identidad real el editor. Tan sólo me atreveré a decir, para que se me pueda entender mejor y sin prejuicios, que conozco a la perfección el universo odontológico y que a la práctica asistencial en el mismo le vengo dedicando mi vida profesional desde hace un buen puñado de años. No viene al caso cuántos, ni cómo ni dónde.
El pasado día 25, en el Salón de Actos de la Facultad de Odontología de la Universidad Complutense de Madrid, la CRADO (Conferencia de Decanos y Responsables académicos de las Facultades de Odontología de España) celebró la excelencia de sus estudiantes de Odontología haciendo un reconocimiento público a los mejores expedientes académicos de cada una de las Facultades que habían finalizado sus estudios de Grado el curso pasado. Sin trampa ni cartón, simplemente sumando en las Secretarías académicas el total de las calificaciones obtenidas durante toda su carrera e identificando a la mejor o al mejor estudiante de cada universidad. Una especie de premio extraordinario para un total de 25 egresadas y egresados, dentistas jóvenes, con la marca actual de la excelencia, acompañados por sus familiares y allegados íntimos, que recibieron el aplauso y el reconocimiento público de sus decanas y decanos. Me pareció un gran acierto de las profesoras y profesores que integran la CRADO, un acto académico tan singular como espectacular y una vivencia cargada de simbolismos. La foto de recuerdo lo dice todo. He reflexionado profundamente sobre ello y algunas de mis conclusiones me gustaría compartirlas con ustedes.
Ciertamente, se tarda unos años en tomar conciencia de que el éxito no siempre puede alcanzarse con la simple decisión de ir a buscarlo, sino que requiere talento y exige un extraordinario esfuerzo por parte de quien decide perseguirlo. A ese esfuerzo, luego le denominamos mérito. Una vez más, aquello que merece la pena necesita tiempo y sacrificio para conseguirlo.
Nosotras y nosotros no podemos ofrecer a nuestra juventud futuros inventados porque el futuro debe ser genuino en tanto en cuanto tiene que ser construido por cada persona día a día. El futuro es algo que no se puede prestar y nadie puede delegar su futuro, en definitiva.
Frecuentemente (constantemente diría yo), escuchamos argumentos anticipatorios del futuro de la Odontología en nuestro país, con descorazonadores perímetros ya establecidos y a menudo considerados como inamovibles, y con todo tipo de presagios disruptivos que no permiten considerar un futuro halagüeño (que atrae con dulzura y suavidad, según la RAE). Tiempo tendremos en el futuro para analizar estos supuestos. Pero a mí, ahora, lo que me preocupa es que estemos amputándole a la juventud que accede a la profesión odontológica en España la capacidad de pensar por cuenta propia, de actuar y de poder concretar en su futuro cambios propuestos por ellas y ellos mismos, no desde la experiencia (que aún no la tienen, lógicamente), sino desde la frescura de quienes han acreditado su excelencia porque están sabiendo optimizar su talento reportando mérito.
Saber dónde está el futuro no significa lo mismo que dirigirse hacia él para construirlo. En el acto académico de la CRADO tomaron relevancia los conceptos de talento y excelencia, tan relacionados respectivamente con el desempeño y el merecimiento que se trata de cuatro ingredientes fundamentales con los que las sociedades modernas cimentadas en el estado de derecho que privilegian la igualdad han desarrollado el concepto de meritocracia. No deja de ser un intento de consagrar que las personas que mejor aprovechan sus talentos y capacidades destaquen en los diferentes escenarios de las actividades de desempeño y puedan, así construir un nuevo futuro que, probablemente, no acabará siendo el que era. No debemos olvidar que el punto clave del éxito en todas las estrategias de futuro reside en cómo actúan las personas que han de crearlo y no en cómo lo piensan y diseñan quienes se limitan a analizarlo, por más que hablen sobre el mismo con diligencia y soltura. Tenemos múltiples ejemplos que así lo confirman a nuestro alcance.
La cultura del esfuerzo cobra especial significado en el ámbito universitario y, de hecho, tiene que ser uno de los pilares fundamentales de los principios y valores de las universidades españolas. La Universidad debe verse obligada a trabajar para conseguir que sus estudiantes visualicen que tener metas elevadas es motivador además de sumamente gratificante, y que el talento, por sí sólo es insuficiente si no va acompañado de esfuerzo y compromiso, para lo que habitualmente se requiere, también, mucha paciencia (y esto último es algo que es difícil observar en nuestra población más joven). Pero cuando ambos se dan, es de justicia reconocerlo y nada mejor para ello que la solemnidad académica para ello.
En definitiva, es imprescindible transmitir desde las aulas universitarias la cultura de la excelencia y el liderazgo acercando a las personas con talento contrastado a la realidad que necesitan transitar para que construir su futuro. Como bien dice Xavier Marcet, “todos podemos alquilar futuros prestados. Lo que nadie nos va a prestar son las personas adecuadas para hacer realidad esos futuros inciertos, imperfectos, pero genuinos, de los que pretendemos vivir”. La CRADO ha acertado.
Las personas debemos tener sueños que cumplir y probablemente no hay mejor momento biográfico para ello que la juventud, donde las prospectivas de futuro no tienen aún límite temporal. Es decir, no se visualiza la caducidad de esas ilusiones.
Lamentablemente, no siempre todo esfuerzo emprendido conlleva una recompensa. Pero la inmensa mayoría de las personas que gestionan su talento de manera inteligente acaban cosechando éxitos. Denle tiempo al tiempo. Entretanto, reconozcamos sus méritos, como ha hecho la CRADO, y cedámosles la prioridad de paso, que de su mano el futuro ya será el que era, sino algo mucho mejor. Ya lo verán.