Quien haya leído la obra de Albert Camus titulada La peste puede recodar aquella frase que dice: “Las peores epidemias no son las biológicas. La peores son la morales”. Tras una crisis
de las proporciones que vivimos producida por el coronavirus SARS-COV-2 necesitaremos rearmarnos moralmente. Como servicio de salud, los dentistas acusamos también la necesidad de adaptarnos a esta nueva situación que ha modificado sustancialmente nuestra forma de trabajar. Esta crisis nos ha introducido a algunos hábitos de trabajo que son absolutamente necesarios.
«La verdadera gravedad de esta epidemia
está, como sabemos, en la posibilidad que
tiene de colapsar el sistema de atención
sanitaria si se da una transmisión
descontrolada»
Y hay que reconocerlo, decirlo claramente, trabajar en las condiciones en que necesitamos hacerlo ahora resultan penosas por las barreras que nos vemos obligados a utilizar para evitar la transmisión del virus. Una transmisión que, por otra parte, nos dice la epidemiología, es inevitable y hasta cierto punto necesaria para obtener una inmunidad comunitaria. La gravedad, como sabemos, no está en la enfermedad en sí misma que en una gran mayoría cursa con síntomas leves pero que, sin embargo y en el otro lado de la balanza, adquiere en determinadas personas una gravedad que puede llevar a la muerte. La verdadera gravedad de esta epidemia está, como sabemos, en la posibilidad que tiene de colapsar el sistema de atención sanitaria si se da una transmisión descontrolada. Este desbordamiento lleva a la desatención de otras enfermedades que no pueden ser relegadas.
Este virus no ha llegado sin más, así como por mala suerte. Como toda epidemia es el resultado de la interacción de fenómenos biológicos, sociales, y económicos; a lo que últimamente se añade el factor ecológico, de alteración del medio ambiente y cambio climático. Alguien dijo que las catástrofes siempre salen de alguna parte, tienen su propia historia. Hay una interdependencia de las crisis. La globalización del mundo actual, la gran
movilidad de la población que traspasa fronteras continua y rápidamente nos hace más vulnerables. Como dicen J. Padilla y P. Gullón en su reciente libro Epidemiocracia (Capitán Swing, Ed.), “Las epidemias no son fenómenos aleatorios sin historia natural ni causalidad, sino que hunden sus raíces en los sistemas políticos, la estructura de las sociedades, las prácticas de la economía o el medio ambiente.”
“Las peores epidemias no son las
biológicas. La peores son la morales”.
Albert Camus (La Peste)
Las epidemias se han sucedido a lo largo de la historia de la humanidad. Seguirán sucediendo y vendrán otras nuevas, inevitables, pero que nos desarbolan por inesperadas. No son una cuestión que atañe solo al sistema de salud, sino que es toda la sociedad en su conjunto la que pone las condiciones para que aparezcan. Uno de los grandes avances de la ciencia, y de la ciencia médica en particular, se dio en el siglo diecinueve cuando se establece la relación entre condiciones sociales y salud. El avance contra muchas enfermedades infecciosas no salió solo de los laboratorios, del descubrimiento de los patógenos, su vacuna y su tratamiento farmacológico. El verdadero avance vino de la mejora de las condiciones de vida de la población.
Estas epidemias, como todas las anteriores, no son impensables pero sí nos resultan inesperadas. Lamentablemente debemos esperar que en el futuro se produzcan otras. Pero nos ofrecen la oportunidad de parar, y pensar en nuestro modo de vida sobre este planeta.