Santiago Ramón y Cajal a quién no voy a presentar, doy por hecho que todos saben de quién hablo, y si alguien no lo sabe es inútil a estas alturas intentar ilustrarle, pero si destacar un hecho no científico, sino de la alta categoría personal que tuvo.
Santiago que fue nombrado miembro de varias academias, entre ellas la Real Academia de Ciencias, Físicas y Naturales; la Real Academia de Medicina, y la Real Academia Española. Me detengo en esta última que, además por ser la primera no lleva anexa su dedicación y a la que también se le conoce popularmente como Real Academia de la Lengua Española.
Lo que quiero destacar es que D. Santiago nunca llegó a leer su discurso de entrada en la R.A.E. y ante su falta de tiempo para prepararlo por sus muchas actividades pidió, él mismo, la revocación de su nombramiento, circunstancia que no le fue aceptada. Si desea ilustrarse más y con más rigor léase el libro “Cajal y las Academias” de Javier Sanz Serrulla.
En el mundo de la ciencia siempre se ha intentado hacer un hueco en el que premiar y/o reconocer el esfuerzo y otros méritos que acompañan, así tenemos los nombramientos o designaciones honoríficas, como es el caso del título de doctor honoris causa, que sin ser título académico, otorgan las universidades a personas que han hecho contribuciones extraordinarias en un campo específico, como forma de homenaje por logros excepcionales en áreas como la ciencia, la cultura, la política, las artes, la filantropía, entre otros. También es posible ver como por causas similares se nombran académicos de honor en algunas academias.
Los nombramientos de “número” en el caso de las academias de prestigio, requieren de un proceso de selección riguroso, basado en los méritos científicos en el área correspondiente, nunca por la ocupación circunstancial de cargos por muy relevantes que sean o por influir en aportaciones económicas para la academia.
Últimamente es noticia la creación de nuevas asociaciones con el nombre de academias, en el ámbito de la odontología, hecho que plantean considerar sus precursores, como un avance en el reconocimiento de la profesión, a pesar de que siempre han tenido un espacio en las academias, oficiales como tales, de medicina, junto al resto de especialidades.
La oportunidad de crearlas o no es siempre opinable, sobre todo lo de querer crear una en cada pueblo.
Lo preocupante a mi parecer es a quién se nombra académico, pues son sus integrantes los que le otorgan el prestigio y dan fiabilidad a sus trabajos.
No estimo que los fines de una academia y el rigor científico que, debe imperar en ellas, se logre nombrando a personas cuyo único mérito es un cargo político o su pertenencia al patronato de quien aporta la economía para el sustento de la institución. Más inoportuno aún me parece incluir a estos en sus juntas directivas
Los méritos científicos eran los que siempre, hasta ahora, habían primado.
Es sorprendente ver como quienes han derrochado litros de tinta para denunciar alguna tesis doctoral, no digo que, sin razón, ahora se posicionen en el ensalzamiento a estas instituciones a personas a las que no se les conoce ningún trabajo de relevancia científica ni mérito parecido.
Tal vez haya que inventarse el grado de “académico ocupa” o lo que es peor, academias de tercera categoría.